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Carlos Rilova

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La Guerra de los músicos. Una historia de la Historia del Renacimiento

Por Carlos Rilova Jericó

Clément Janequin compuso en 1515 “La Bataille” -también llamada “La Guerre”- para celebrar la victoria del rey Francisco I, en Marignan, contra la ciudad-estado de Milán y las fuerzas de la Antigua Confederación suiza. Temibles (como los tercios españoles que las imitarán) hasta ese día.

La obra de Janequin, sin embargo, no se publica hasta 1528.

Años después Matthias Werrecore, un maestro de capilla flamenco, pero que trabajará en Milán desde 1522, compone “La Bataglia Taliana” para exaltar la victoria de Carlos V sobre Francisco I en Pavía tal y como señalan los músicos de The Scroll Ensemble.

Empieza así, con estos hechos aparentemente independientes uno del otro, una curiosa historia de la Historia del Renacimiento. Y es que la cuestión de las fechas en las que se imprimen ambas piezas musicales (1528 y 1544), parece indicarnos que la propaganda de guerra caminaba en el siglo XVI más lenta que la propia guerra. Un hecho, más que curioso, interesante para comprender mejor un período histórico -el Renacimiento- que tantas cosas cambió.

Como vemos la composición de Janequin se publica trece años después de 1515 ese momento clave en el que Francisco I consigue lo que los reyes franceses llevaban persiguiendo desde el fin de la Guerra de los Cien Años en 1453. Es decir: desalojar o contener a toda amenaza estratégica para Francia en la fragmentada Italia, donde, sin embargo (quizás por eso mismo) ebullía lo que ahora llamamos “Renacimiento”.

¿Quién o quiénes eran esa amenaza estratégica para Francia? Como siempre se trataba de vecinos muy próximos. Por ejemplo ambiciosos señores de la Guerra (y, al mismo tiempo, grandes mecenas) como Ludovico Sforza, dueño fáctico de la ciudad-estado de Milán donde bajo su protección trabajan genios como Leonardo da Vinci.

Pero, para Francia, peor que estos pequeños estados italianos (Milán, Florencia, los Estados Pontificios…) resultaba ver aparecer más allá de los Alpes los estandartes de otros estados mucho más grandes y belicosos. Por ejemplo el de los aragoneses que, a lo largo de la Edad Media, habían establecido un gran imperio en el Mediterráneo que se extendía desde Valencia hasta Bizancio. Un horizonte ese que se volvió más fosco, para Francia, a partir del año 1476.

En esa fecha el matrimonio entre el rey de Aragón, Fernando, y la reina de Castilla, Isabel de Trastámara, se ha consumado, la guerra civil por la corona castellana está prácticamente liquidada a favor de Isabel y el ataque del rey francés Luis XI sobre la frontera guipuzcoana se estrella estrepitosamente contras las murallas de la que entonces era “Fontarrabia” y hoy es ciudad de Hondarribia.

Así esa unión matrimonial de Aragón y Castilla había dado como resultado lo que algunos músicos, españoles, flamencos, italianos…, (Francisco de la Torre, Josquin des Prés, Francesco da Milano…), llaman “La Spagna” en sucesivas composiciones musicales próximas en el tiempo (en torno al año de 1500) a las de Janequin y Werrecore.

La solidaridad entre ambos reinos, Aragón y Castilla, que forma esa ya bien identificada “Spagna” o “España”, es un ariete clavado contra el costado de la naciente Francia, que sólo es cuestión de tiempo se estrelle a las puertas de ese nuevo reino -Francia- que la estudiada política territorial de la cada vez más poderosa familia Habsburgo no puede dejar fuera de control. O convertida en un rival más que molesto por el control de una Europa donde apenas hay algún lugar (salvo la levantisca Suiza o la poderosa “Spagna”) donde no ondee ya su divisa. Como ya lo hace tan cerca de Francia como Borgoña y Flandes. Zonas de habla francesa, para mayor insulto…

A partir de ahí hay que reconocer que los sucesivos reyes franceses desde Carlos VIII se ganaron bien la fama de los franceses como soldados temibles. Pese a combatir en inferioridad de condiciones con respecto a los Habsburgo (convertidos en superpotencia global tras el matrimonio de Felipe el Hermoso con Juana de Castilla, hija de Isabel y Fernando) no se rendirán en todo el siglo XVI y XVII, combatiendo sucesivas guerras, sembrando cizaña entre las ciudades-estado italianas más poderosas como Milán y Florencia, aplastando a sus ejércitos si es menester, siempre incansables…

Eso último es justo lo que ocurre en 1515 en Marignano (que para Francia se convierte en “Marignan”). Allí las fuerzas del imprudente Ludovico Sforza, reforzadas por contingentes suizos, serán aniquiladas por los ejércitos del joven rey Francisco I de un modo no muy diferente al que Clément Janequin describe gozosamente en las estrofas de su “La Bataille”: “Escuchad todos Gentiles Galos, la victoria del noble rey Francisco I” en la que, si se escucha bien, se oyen caer “golpes desde todos lados” mientras los caballeros saltan sobre sus arzones con la lanza en puño presta y suenas trompetas y clarines y hablan bombardas y cañones, se apela al valor de los que siguen a la Flor de Lis, flor de alto precio, y se cierra sobre el enemigo, a muerte, hasta que huye…

Todo ello más de lo que, por supuesto, podía soportar la casa Habsburgo. Pronto contraatacaría en Italia para defender no sólo sus fronteras peninsulares, amenazadas en el Norte tras la conquista de Navarra en 1512, o el reino de Nápoles también amenazado por esa Francia triunfante en Marignano.

Casi diez guerras por y en Italia habrá a lo largo del siglo XVI. Incluso los Habsburgo asaltarán y saquearán Roma en 1527 para escarmentar a unos Estados Pontificios que no se conforman con ser sede espiritual, sino que juegan a la Política y a la Guerra como un contendiente más sobre el dividido teatro de operaciones italiano. Tan importante para todos…

En esa escena histórica se dará Batalla de Pavía, en 1525. Diez años después de la de Marignan -o Marignano- a la que canta Janequin, y en la que un poderoso ejército enviado por el emperador Carlos V (dueño y señor de España y sus posesiones americanas entre otras muchas) destroza el nuevo ejército de Francisco I, que, además, cae prisionero a manos de tres hombres de armas que reflejan muy bien la unificación que se ha producido en “la Spagna”: el vasco Juan de Urbieta, el gallego Alonso Pita da Veiga y el granadino Diego Dávila.

Hechos como estos son los que describirá en algo más de once minutos la composición de Werrecore dedicada a esa batalla de Pavía, donde se remeda a Janequin de manera totalmente obvia, se llama a las armas, a las armas, se imita el sonido de tambores, trompetas y clarines, de armas blancas y de fuego segando vidas, fulminando enemigos y se apela al valor para derrotar a los que huyen completamente derrotados…

Sin duda, aunque la composición de Janequin había rodado por el mundo -sin ser impresa- desde 1515, las prisas por hacerla música conservada en papel impreso en 1528 debieron estar relacionadas tanto con tratados diplomáticos como el de Barcelona en 1529, como con las andanzas musicales, entre 1525 y 1544, del maestro Werrecore (al servicio de Milán, como recordaremos, desde 1522) para dejar claro que esta vez los derrotados eran los franceses. Y de qué manera… perdiendo a su propio rey, aquel que había vencido en Marignan en 1515…

Así acababa, de momento, esa Guerra de los músicos reflejo de la otra guerra que fue un capítulo más (y no menor) de la Historia del Renacimiento.

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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