Por Carlos Rilova Jericó
Esta semana pasada he tenido grandes problemas para decidir sobre qué escribir. No precisamente por falta de temas. Más bien por todo lo contrario. Así es, como seguro que no habrán podido olvidarlo, la semana pasada fue la ceremonia de los famosos “Oscar” y, por otro lado, la semana pasada -aunque pocos lo recordaron- era también el aniversario de las elecciones alemanas del año 1933 que, celebradas un 5 de marzo, aseguraron al Partido Nacionalsocialista de los Trabajadores Alemanes, liderado por Adolf Hitler, un rotundo éxito y el control de un poder ya prácticamente absoluto en Alemania.
Así las cosas, me veía en la disyuntiva de tener que elegir entre hablar de un tema o de otro. Al final, como ya se habrán percatado, dándole vueltas al asunto, he llegado a la conclusión de que una cosa no excluye a la otra y esas elecciones de 1933 que hace unos días cumplían 81 años son un muy buen motivo para que se den una vuelta -como hice yo en diciembre del año pasado- por las salas en las que aún proyectan a la suprema ganadora de los “Oscar” de este año. Es decir, “12 años de esclavitud”.
Empezaré por hablar de la película. Dejaremos para luego lo de las elecciones que encumbraron a Adolf Hitler y su relación con esa película.
¿Qué tiene de bueno “12 años de esclavitud” para quien se interese en aprender algo de Historia con el cine?. Esa película de Steve McQueen no es lo mismo, por distintas razones, que otras que han tratado recientemente el tema. Como “Django” de Quentin Tarantino, o el “Lincoln” de Steven Spielberg, de las que se habló, y bastante, en este correo de la Historia en el año 2012.
“12 años de esclavitud” se basa en hechos reales, en unas impresionantes memorias de Solomon Northup, un hombre de raza negra nacido libre en los estados del Norte de Estados Unidos en los que la esclavitud no era legal. Quizás habrá quien discuta que su historia es menos sobrecogedora que, por ejemplo, la de Frederick Douglass, otro gigante -no sólo en su talla física- de la turbia Historia de la esclavitud en Estados Unidos. Yo, después de haber leído, años ha, el libro de Douglass -quien, por cierto, también fue convertido en personaje de cine, al menos durante unos pocos e impresionantes minutos de metraje en “Tiempos de Gloria”- y visto “12 años de esclavitud”, creo que tan buena es una historia como la otra. De hecho, esa película corrobora mucho de lo que nos cuenta Frederick Douglass antes de que iniciase su personal epopeya, huyendo al Norte a través de las redes clandestinas de fuga de esclavos del Sur de Estados Unidos. Esas que se conocían como “ferrocarril subterráneo”.
Por ejemplo “12 años de esclavitud” y la biografía de Douglass coinciden en un detalle que a muchos puede parecerles inverosímil. Es decir, que un esclavo también podía cobrar por su trabajo, dando una parte a su amo. En el caso de Douglass por sus buenos servicios como calafateador de barcos y en el del protagonista de “12 años de esclavitud”, por sus bien probadas habilidades como músico profesional. Lo que era en el estado de Nueva York, antes de ser secuestrado en el año 1841 por dos desaprensivos que muestran la otra cara de la moneda del Estados Unidos de la preguerra civil. Es decir, una sociedad en la que hay un “ferrocarril subterráneo” que liberaba esclavos trayéndolos del Sur al Norte y otro que robaba negros libres o libertos del Norte para venderlos o revenderlos llevándolos del Norte al Sur.
Es importante tener esto presente porque, como suele ocurrir con todas las películas históricas, no han faltado diversas críticas que acusan a “12 años de esclavitud” de tomarse algunas libertades con la Historia sobre un texto -las memorias de Northup- que, de hecho, ya se tomaba alguna que otra licencia para favorecer a la causa abolicionista.
Aceptada esta cautela hacia “12 años de esclavitud” hay que verla y aprender con ella. Sobre todo un terrible mensaje que recorre toda la película: la esclavitud en el Estados Unidos de los tatarabuelos del presidente Obama -por así decirlo- era legal.
En efecto, Steve McQueen lo recuerda una y otra vez por medio de episodios bastante impresionantes. Por ejemplo, la canción que el capataz Tibeats -epítome de la “basura blanca” sureña- hace cantar a los esclavos después de que, como se suele decir, les ha leído la cartilla sobre qué se espera que hagan en la serrería del señor Ford, el primer amo de Northup después de que lo vendan como esclavo. La canción, muy pegadiza, “Corre, negro, corre”, con ese ritmo -mezcla de música negra y de la celta de los colonos europeos- que en el siglo pasado daría origen al “bluegrass”, al “rockabilly”, finalmente al “rock”, viene a recordar a los negros que se atrevan a escapar de la plantación que hay patrullas de hombres autorizados por la Ley vigente en esos estados para capturarles, dispararles e incluso ejecutarles. Fíjense bien cuando vayan a ver la película. La interpretación del actor es verdaderamente notable y esas escenas justifican completamente, por sí solas, que “12 años de esclavitud” haya triunfado, de calle, sobre películas igualmente notables como “El lobo de Wall Street”, que también recomendé por aquí en su día.
Y cantados estos elogios sobre “12 años de esclavitud” hablemos de las elecciones que hace ahora 81 años dieron el poder absoluto a Adolf Hitler en Alemania. Ese episodio, tan histórico como las desgracias de Solomon Northup, me parece un gran aliciente para ir a ver películas como “12 años de esclavitud”.
¿Por qué?. Fíjense en la segunda foto que ilustra este artículo. Procede de un escalofriante reportaje publicado por nuestra querida y vieja amiga “L´Illustration” el 11 de marzo de 1933. En la foto vemos a un respetable caballero, un hombre de orden, el mariscal Von Hindenburg, presidente de la agonizante república de Weimar, que sale del colegio electoral de Berlín en el que le correspondía votar. Su cara, como se suele decir, es todo un poema. La de un hombre conservador que ve que todo se va al infierno, desbordado por una fuerza política situada más a su derecha formada por gentuza -más o menos esa era la opinión de gente como Von Hindenburg sobre la chusma que alimentaba las bases del Partido Nazi- como la que le saluda, brazo en alto -el “saludo alemán”, según la retórica de la época- a la salida del colegio electoral ante el que han ido vestidos con todos sus arreos nazis. Seguramente para recordar a los electores, Von Hindeburg incluido, a quién convenía votar aquel día de marzo de 1933.
De esas elecciones que, como nos recuerda el periodista de “L´Illustration”, se ganaron con toda clase de violencia y amenazas contra la oposición al Partido Nazi, salió un régimen que -coincido en esto con el artículo de 8 de marzo de Ricardo Menéndez en “El Confidencial”- consideró igualmente legal la esclavitud de determinados seres humanos de un modo muy similar al que consideraron legal ese hecho bastantes estados de Estados Unidos antes de 1865, como vemos en “12 años de esclavitud”. Spike Lee y Kevin Willmott lo dejaron bastante claro, con buen criterio, en su falso documental, “C. S. A.” -que también les recomiendo ver- en el que se especulaba con las consecuencias de una victoria sudista en la Guerra de Secesión. Entre otras que, al no existir los Estados Unidos de América, barridos en ese 1865 alternativo por los Estados Confederados de América -eso es lo que quiere decir, en inglés, “C. S. A.”-, Adolf Hitler ganaba la Segunda Guerra Mundial.
Piensen en todo esto cuando vayan a ver, si les place, “12 años de esclavitud”. Acuérdense sobre todo de la cara de Von Hindenburg saliendo de su colegio electoral aquel aciago, para muchos, 5 de marzo de 1933.