Por Carlos Rilova Jericó
No he podido resistirme a elegir este tema para cumplir con esta nueva entrega de este correo de la Historia.
Sí, como el famoso perro de Pávlov, fue desayunar este viernes con las declaraciones del jefe del “grupo de sabios” que están diseñando una reforma fiscal para nuestro actual gobierno y empezar a insalivar, apartando toda otra idea sobre qué publicar este lunes en esta página.
Me quedé asombrado ante la franca bonhomía con la que el catedrático de Hacienda Pública que lidera a ese “grupo de sabios”, el sr. Lagares, habló tras entregar al ministro de Hacienda, sr. Montoro, los resultados de sus meditaciones fiscales.
El sr. Lagares decía, en efecto con esa condescendiente bonhomía que caracteriza a muchos productos de la asfixiantemente endogámica universidad española -la de saberse, gracias a ese sistema perverso, por encima del bien y del mal- que su proyecto de reforma fiscal no dejaba “títere con cabeza”.
Vamos, como para mondarse de risa con la ocurrencia. Sobre todo si se prestaba atención a los detalles de ese proyecto descabezador de tanto títere.
Había en ese proyecto propuestas sencillamente delirantes. Una de ellas, por ejemplo, proponía que se obligase a los contribuyentes con una hipoteca -que son unos cuantos millones de sufridos españoles- a pagar con carácter retroactivo todo el dinero que no habían pagado los últimos años gracias a las deducciones fiscales que hasta ahora tenía la compra de vivienda.
La idea, cómo no, viene de Bruselas, donde a los antiguos sacrificios humanos ante altares de dioses paganos ahora se les llama “reformas”, y hacía tiempo que esa era la música que deseaban oír. Sin importarles, ni mucho ni poco, el respeto a las garantías jurídicas propias de todo estado de derecho. Esas que dicen, por ejemplo, que una ley no se puede aplicar con carácter retroactivo. Una idea verdaderamente razonable puesto que, de otro modo, tal y como pretende el sr. Lagares y su “grupo de sabios”, y sus superiores de Bruselas, todos, en un momento u otro, podríamos convertirnos en culpables de algo. Para entendernos mejor, si no existiera ese principio de irretroactividad de una ley, resultaría que, igual, un día, usted podría ser multado por bostezar con la boca abierta desde el año 2000 en adelante a partir del momento en el que algún ministro tuviera la feliz idea de convertir esa actividad en falta grave sancionada con 20 euros de multa.
Más o menos lo que parece ser se pretende ahora con esa aplicación con carácter retroactivo de una medida que, a buen seguro, habría echado para atrás a muchos ingenuos ciudadanos que, animados por esa deducción fiscal por compra de vivienda, se lanzaron a esa aventura en su día y se metieron en la maldita burbuja inmobiliaria. La misma que, al decir de algunos economistas que conocen bien al sr. Lagares -concretamente José Carlos Díez, de “Cinco Dias”-, fue precisamente fruto de otras propuestas hechas por el sr. Lagares al actual partido gobernante hace unos años…
A mí, sinceramente, como historiador, todo este desparpajo del sr. Lagares me trajo a la memoria un asunto que hace unos cien años puso en llamas a México con esa famosa revolución que tantos libros y pantallas de cine ha llenado.
Así es, en el México de 1914, Emiliano Zapata, Doroteo Arango -más conocido como Pancho Villa- y muchos otros miles decidieron alzarse en armas, en una revolución de proporciones épicas, contra una situación sencillamente insoportable en la que una pequeña oligarquía se dedicaba, día sí y día también, a buscar fórmulas para esquilmar México y a todo lo que había dentro de sus fronteras.
Uno de esos grupos de la oligarquía mexicana, compinchada con grandes poderes económicos extranjeros, acabó denominándose “Partido Científico”. Como se lo cuento. Al parecer dicho “Partido Científico”, muy en sintonía con las ideas positivistas tan en boga en esas fechas -esas que creían que todo se podía reducir a números y ecuaciones, incluso la vida humana- pensaban que lo que se escribía en los libros de contabilidad no iba a producir consecuencia alguna, que, en fin, los seres humanos de carne y hueso que eran el sujeto paciente de esas grandes operaciones financieras -a mayor beneficio de gente como la representada en ese “Partido Científico”- iba a soportar lo que le echasen encima sin siquiera defenderse…
Nada más lejos de la realidad.
En unos cuantos años, gentes como Emiliano Zapata o Doroteo Arango pusieron en pie verdaderos ejércitos que aplastaron tanto a las tropas del gobierno federal mexicano vendido a intereses como los del Partido Científico, como a cuerpos expedicionarios como los que Estados Unidos mandó entre 1914 y 1916 más allá de Río Grande.
Esa revolución, como muchas otras, triunfó a medias y sólo a largo plazo. El éxito de Doroteo Arango se corrompió, él fue balaceado, la revolución se convirtió en una caricatura de sí misma, creando un régimen en el que, hasta hace unos pocos años, se perpetuaba un partido de nombre tan contradictorio -como bien decía Luis Racionero en sus “Memorias de California”- como el de “revolucionario institucional”, el famoso PRI…
Sin embargo, el Partido Científico fue proscrito. Así consta en los manifiestos que las victoriosas fuerzas villistas y zapatistas hicieron proclamar al entrar triunfantes en México D. F., y México, el país, después de todo, fue un poco menos una indefensa presa ante desaprensivos como los enquistados en ese Partido Científico, que aprendió una dura lección que, para mi asombro, hoy parecen ignorar personas a las que se supone preparadas. Como podría ser el caso de aquellas que ostentan cátedras de Hacienda Pública o Ministerios.
¿Realmente estas personas carecen de conocimientos históricos tan básicos como los que se pueden adquirir, siquiera intuitivamente, viendo películas como “Yo soy la revolución” o “¡Agáchate, maldito!” del gran Sergio Leone?.
Una vez más el historiador no puede sino asombrarse de cómo funcionan algunas cabezas y lamentarse de que le van a acabar fastidiando su relativamente plácida existencia -tiempo al tiempo- soliviantando masas, como hace cien años, poniéndolas, o poco menos, al pie de un tren blindado carabina 30-30 en ristre.
¿Que eso es imposible hoy en la civilizada Europa?. Bueno, quizás es tan imposible como que, ya sólo de momento, tengamos que soportar en nuestros televisores a imitadores de aquel infausto “Partido Científico” mexicano que hace unos cien años fue capaz -con su estulticia y su avaricia- de poner en pie de guerra -en su contra- a toda una nación que, como dice el protagonista de “Yo soy la revolución”, ya no pedía dinero para comprar pan, sino para hacerse con dinamita. Por desagradable que parezca, eso fue, exactamente, lo que ocurrió cuando alguien pensó que lo que era razonable y beneficioso en una columna de contabilidad, no traería consecuencias en el mundo que llamamos “real”.
Y ahora, si quieren, ministros, catedráticos de Hacienda… apliquen al mensajero, también con carácter retroactivo, la nueva Ley de Orden Público u otra forma de ostracismo político-social. Les aseguro que eso no cambiará nada la posible detonación de un simple proceso histórico de acción-reacción que -éste sí- es todo un principio científico, que tiende a cumplirse de forma matemática. Se escarmiente, o no, a los que nos limitamos a describir las más que probables funestas consecuencias de una política, por si aún no se han dado cuenta, también funesta.