Por Carlos Rilova Jericó
La semana pasada les hablaba de la importancia de una autobiografía del famoso Barón Rojo como fuente de información para esclarecer ciertas cosas ocurridas en la Primera Guerra Mundial cuyo centenario, se lo aseguro, muchas empresas de la llamada “industria cultural” van a conseguir que no se les pase, en absoluto, desapercibido en los próximos meses y años.
La casualidad nos lleva a que esta semana sea otro piloto de guerra quien nos ilustre sobre otro aspecto controvertido de la Historia reciente de Europa. El aviador en cuestión es mucho menos conocido que Von Richtofen. Se llamaba Erskine Childers y, sin ser todo un as de la aviación, consiguió sobrevivir a la “Gran Guerra”.
Lo bastante al menos como para que la Patria lo enviase a lo que entonces era una problemática colonia del Imperio Británico. Tal vez, junto a Gibraltar, la única colonia “blanca” de toda Europa. Me refiero a Irlanda, la actual República de Éire que les sonará, al menos, de esas monedas de euro con una pequeña arpa que, de vez en cuando pasan por nuestras manos de ciudadanos de la Unión Europea.
De esa forzosa visita del antiguo piloto de la aviación británica a Irlanda salieron una serie de artículos sobre la llamada “cuestión irlandesa” publicados por el diario londinense “The Daily News”.
Sea como fuere esa colección de artículos, resultan un documento tan valioso como podía serlo la autobiografía de Richtofen. En este caso para saber qué hay detrás de una fecha que para los irlandeses tiene un especial significado. Este día de Pascua, que allí, desde 1916, es algo más que una festividad religiosa.
En España esta cuestión irlandesa ha sido durante un par de décadas un motivo más para que muchos se partieran la cara de manera más o menos metafórica. Según una gran parte del Nacionalismo vasco, radical o no, el caso de Irlanda era similar al del País Vasco. Según sus enemigos políticos nada estaba más lejos de ser cierto. El profesor Jon Juaristi, una de las bestias negras de dicho Nacionalismo, hizo de esa cuestión algo candente a través de su mayor éxito de ventas: el ensayo titulado “El bucle melancólico” y su segunda parte, “Sacra Némesis”.
En esos libros se repasaba la afinidad de ideas entre el primer nacionalismo vasco con la propaganda nacionalista de los republicanos irlandeses que llevaría, entre otras cosas, al Levantamiento de Pascua de 1916. A quienes no les guste leer tal vez todo esto les suene de algunas películas como la dedicada a Michael Collins. Uno de los protagonistas de esos acontecimientos por parte irlandesa.
En ambos casos, se hablaba de una larga opresión británica sobre Irlanda. Por ejemplo el Michael Collins encarnado por Liam Neeson, recuerda en la ceremonia de traspaso de poderes al recargado representante británico -con cuyo bicornio emplumado de gala se permite alguna broma- que no debería recriminarle haber llegado siete minutos tarde, ya que los irlandeses han tenido que esperar 700 años para que los británicos se vayan de Irlanda.
¿Realmente era para tanto?. Según la propaganda nacionalista irlandesa, sí. Pero, claro, como se trata de propaganda política, es lógico dudar, pensar que sobre un fondo de indudable verdad habría mucho de exageración. Al fin y al cabo el tópico sobre los irlandeses, que muchos de ellos prefieren explotar más que desmentir, dice que les gustan mucho las hipérboles.
De ese problema vendrían a sacarnos los artículos de Erskine Childers que la editorial Seix-Barral tuvo la gran idea de traducir para el publico español de 1921, junto con una Historia de Irlanda durante esos 700 años salida de manos de Darrel Figgis, un colono, inglés y protestante, converso al Nacionalismo irlandés.
Como el editor español hace notar, lo que Childers contaba tenía un gran valor, pues eran críticas al gobierno británico en Irlanda hechas por un héroe de guerra inglés. Alguien que se había jugado la vida en los cielos sobre los campos de batalla de Europa por defender al rey y a la patria. Los testimonios de primera mano que puede dar Childers son, así pues, materia a tener en cuenta sobre la veracidad de muchos de los agravios infligidos por los británicos a los irlandeses. Si bien conviene no olvidar que Childers, como Figgis, acabó simpatizando tanto con los nacionalistas irlandeses que terminó por unirse a sus filas. Dando, de hecho, a la República de Éire uno de sus presidentes, su hijo, Erskine Hamilton, y sucumbiendo él mismo, al igual que su amigo Michael Collins, en la guerra civil entre irlandeses que sigue a la separación de Gran Bretaña.
Childers señalaba, por ejemplo, que era aterrador ver cómo los pilares de la democracia parlamentaria británica se corroían en Irlanda, obligando a jóvenes soldados a participar en acciones en las que las libertades tan queridas por los británicos: el “hábeas corpus”, la inviolabilidad del domicilio particular, etc… eran vulneradas, persuadiendo a dichos jóvenes de que no valían un penique, dejando el campo abierto, decía un intuitivo Childers, a que decidieran que tanto daba actuar así, un día no muy lejano, en la propia Inglaterra. Childers, en fin, condenaba el empecinamiento de su propio país en retener bajo su dominio a otro país que, en conjunto, odiaba cada día más al gobierno de Londres y a todos los que le obedecían.
Puede que la propaganda de los “700 años” de opresión continua no fuera cierta, pero desde luego las palabras de Childers deberían hacernos reflexionar sobre hasta qué punto se llevaron las cosas en Irlanda. Hasta el de la guerra abierta con hombres armados y más o menos uniformados tiroteándose en las calles de Dublín un día de Pascua de 1916 como si estuviesen en otro campo de batalla de la Gran Guerra.
Un odio que no se ha extinguido casi en un siglo, manifestándose en que es una gran noticia que el presidente de Éire sea invitado por la reina británica a un banquete en Londres y dicho presidente irlandés acepte, por primera vez, en casi un siglo.
Algo que, por otra parte, podría acabar pasando en España, pero no desde luego porque durante 700 años hayan ocurrido cosas como las que podía contar un héroe de guerra inglés. Hasta ahora hemos tenido bastante suerte en ese aspecto, quitados algunos oscuros episodios durante las últimas décadas, escenificados desde la Guerra Civil en adelante.
Nuestra Historia común, en efecto, nada tiene que ver con la de las relaciones entre Gran Bretaña e Irlanda. Mientras los irlandeses eran aherrojados, obligados a emigrar si querían prosperar, por ejemplo, en el noble -es una descripción, no un adjetivo- oficio de las armas yendo a servir en regimientos de reyes extranjeros como el español, los vascos se dedicaban a colonizar en nombre de ese rey a numerosos pueblos extraeuropeos. Gustosamente y repartiéndose equitativamente los beneficios de la operación.
Y es que la Historia está llena de desagradables trampas para incautos. Por ejemplo, los nacionalistas vascos que ahora se miran arrobados en el espejo de la Historia irlandesa, intentando sacarse algún parecido, deberían de tener en cuenta que, cuando empezó nuestra Guerra Civil, de la verde Érin salieron columnas de voluntarios para luchar en ella… El problema es que una gran mayoría lo hicieron vistiendo camisa azul -quizás bordada en rojo ayer- y al lado del gobierno de Burgos.
Seguramente porque el comandante en jefe de esos rebeldes, en su precario inglés, había anunciado que la “reliyion” -católica, por supuesto- era una de las banderas de su “Cruzada”. Un reclamo sin duda irresistible para gente que había erigido una república ultracatólica, en la que estuvo prohibido incluso el divorcio… hasta 1995…