Por Carlos Rilova Jericó
Tras la resaca del fin de semana de Todos los Santos, esa fiesta que ahora llamamos “Jalouín” -transcripción fonética de la inglesa “Halloween”, que significa eso mismo, “Todos los Santos”, en ese idioma- quizás hoy el historiador parecería obligado a hablar de cosas relacionadas con ese tema, como ya hizo en años anteriores. Por ejemplo sobre brujas. O, en este año, sobre vampiros, ya que acaban de estrenar la enésima película sobre el tema, “Drácula: la leyenda jamás contada”.
La verdad es que la cinta en cuestión da para hablar bastante. Lo primero porque la tal leyenda a la que alude la película ya ha sido contada por el Cine muchas veces. Y no sólo eso, la Historia del verdadero Drácula también. Por ejemplo en “Vlad Tepes”, un film rumano del año 1979. Y además se ha escrito, años ha, no sólo la leyenda, sino también la Historia en la que vagamente se ha basado esta enésima interpretación de la leyenda del vampiro. Por ejemplo en el ensayo “Los “Drácula”. Vlad Tepes, el Empalador, y sus antepasados”, firmado por nuestro colega historiador Ralf-Peter Märtin y cuya portada, como ven, ilustra este nuevo correo de la Historia.
En efecto, en ese libro se hacen explícitas muchas cosas que la película de Gary Shore, sometida a la censura previa de Hollywood, oculta o deja tan sólo insinuadas para hacer la cinta asequible a mucho más público.
Por ejemplo es lo que ocurre con el interés del sultán Mehmet II en nutrir su ejército de jóvenes valacos -y de otras procedencias- incluido, especialmente, el apócrifo hijo del Drácula de la película, Ingeras. Eso por no hablar de inexactitudes históricas flagrantes como la muerte de Mehmet o la afirmación de que los turcos no llegan finalmente a Viena. Algo que habrá hecho revolverse en su tumba a los soldados de los contingentes españoles -o financiados por España- enviados a las puertas de la capital austriaca para detener allí, en una especie de Stalingrado a la cristiana, el avance turco en 1529 y en 1683 (sí, en plena supuesta “decadencia española” a causa del rey “Hechizado”).
Pero lo cierto es que, con todo lo que está pasando con la tan traída y llevada “Operación Púnica”, parece un poco difícil esconderse tras los faldones del Drácula de Gary Shore para no hablar hoy de esa “púnica” cuestión. Más aún teniendo en cuenta que el nombre que se ha puesto a esa cadena de detenciones policiales por casos de una corrupción cada vez más escandalosa, tiene claras resonancias históricas.
Así que dejaremos aquí a Drácula y su dudosa enésima encarnación cinematográfica y nos centraremos en la cuestión del nombre de la “Operación Púnica” y todas las ramificaciones históricas de la misma que, como vamos a ver, no son pocas.
Para empezar el nombre de “púnica”, ya lo han explicado los responsables policiales de la operación, nada tiene que ver con la cuestión de las guerras púnicas, sino con el hecho de que los romanos llamasen al granado -apellido de uno de los principales acusados- “punica granatum”. Lo que traducido quiere decir, como cualquier docente de la maltratada asignatura de latín les puede explicar, el granado de los fenicios (“phoenicii”), que era así como llamaban los romanos a aquellos cartagineses, originarios del actual Oriente Próximo, con los que se disputaron el control del Mediterráneo en esas llamadas guerras púnicas entre el 264 y el 146 antes de Cristo.
Sin embargo, el adjetivo “púnica” para esta, de momento, exitosa operación está también muy bien traído por las razones que hacía notar un usuario de la red digital “Menéame” el 27 de octubre. A saber: porque “púnica” también recuerda a los versos proféticos de la sibila de Cumas, popularizados en la novela histórica de Robert Graves “Yo, Claudio”. En ellos se aseguraba que Roma, a cien años de la “púnica maldición” -es decir de la maldición que cae sobre Roma por la aniquilación de Cartago que finaliza las guerras púnicas-, se corrompería de tal modo que su “boca viva engendrará moscones”.
Si, sin duda, España -ese país gracias al cual tenemos un flamante pasaporte de ciudadanos del mundo desarrollado- está afectada, a fecha de hoy, por una especie de “púnica maldición” que hace que de su boca viva salgan moscones. Es decir, un (mal) ejemplo tras otro de que la Administración pública española apenas parece haber evolucionado desde los tiempos del caciquismo decimonónico, en el que todo dependía de componendas, “enchufes” -aunque entonces, obviamente, no se llamasen así- y toda clase de corruptelas que no tienen que ver sólo con sobres llenos de dinero no declarados en Hacienda, sino con cosas tan elementales como la posibilidad de desarrollar una carrera profesional sin ser zancadilleado por el candidato del, o la, cacique en cuestión y hasta trabajar en una simple cadena de montaje en una fabrica.
Lujo asiático en una España abrasada por el paro, al que, en el caso del feudo de Granados -y a saber dónde más- sólo se accedía si se estaba a buenas con el, o la, cacique en cuestión y dispuesto a devolver el favor en el tiempo y momento oportuno. Fundamentalmente con un voto seguro en las elecciones que permitía a dichos caciques, como ocurría en España y en todo Occidente en 1880, en 1890…, seguir controlando el gobierno y el Boletín Oficial del Estado para legalizar sus manifiestos abusos.
Hay quien ha vociferado, desde las innumerables tertulias y debates en los que se ha tratado el tema, que esto también ocurre en otros países de Europa. No cabe duda. Sin embargo, lo que está ocurriendo en España ahora mismo es el peor ejemplo de esa podredumbre que paraliza a un cuerpo político vivo haciéndole engendrar moscones de su boca viva…
Tales voces desabridas -algunas de ellas implicadas en gobiernos que alentaron o toleraron esa repelente manera de hacer las cosas cuyas consecuencias pagamos ahora- deberían darse cuenta -antes de tratar de atontar al público con tales paños calientes- de a qué punto ha venido a desembocar la Historia política española de los últimos años por ser incapaz de cortar sus lazos con el caciquismo decimonónico: nuestra única tabla de salvación -y subrayo lo de “única”, porque es especialmente grave para una democracia que sólo haya una única tabla de salvación- sería un partido, “Podemos”, engendrado en un laboratorio de Ciencias Políticas y que busca soluciones para España en ese Tercer Mundo del que siempre hemos querido -por muy buenas razones históricas, sólo para empezar- distanciarnos tanto como hemos podido.
Y ahora les pregunto, a todos, vistas las cosas así, en esta perspectiva histórica, ¿qué les da más miedo?, ¿la enésima deslavazada película sobre el príncipe Vlad Draculya o que el espectro del Caciquismo y el Regeneracionísmo decimonónico -auténticos muertos vivientes de la Política- vuelvan a ser las dos únicas opciones políticas para gobernar -es un decir, un triste decir- España?.
A mí, la verdad, es lo segundo lo que me da más miedo. Será cosa, en fin, de la perspectiva histórica que ojalá tuvieran esos mismos dirigentes que -ayudados por sus fieles “tertulianos” y “opinionologos”- prefieren hundir sus propios partidos limitándose a pedir perdón por lo ocurrido -¡durante décadas!- en lugar de dimitir por su manifiesta incapacidad para gobernar un país sin promocionar de entre sus filas a caciques de raíz decimonónica y a su pútrido y destructor sistema, salido de unas catacumbas históricas que hasta el Drácula cinematográfico hubiera rechazado con un gesto de repulsión.