Por Carlos Rilova Jericó
La semana pasada fue aprobada la llamada “Ley mordaza”, proyecto largamente soñado por el actual ministro del Interior español, que ejecuta así lo que parece tanto un acto de voluntad personal, como deseo generalizado del gobierno que entró en funciones en el año 2011.
Dicho proyecto ha suscitado toda clase de protestas que se han estrellado contra la mayoría absoluta del Partido Popular en el Congreso de los Diputados.
Entre las que más me han conmovido -y de paso inspirado este artículo- ha estado un último gesto de resistencia por parte de algunos miembros del movimiento 15-M (eso dijeron algunos telediarios el día 12) que, entrados en el Congreso como público destinado a las galerías superiores, osaron ponerse a cantar una de las canciones del musical “Los miserables” -basado en la novela del mismo nombre firmada por Víctor Hugo- como acto de protesta por la aprobación de esa ley mordaza.
Por supuesto, de acuerdo al rígido protocolo que impera en esa alta institución del Estado, fueron expulsados por los ujieres, para que así se sepa que no estamos en tiempos revolucionarios. Como los de 1789 o 1812, fechas en las que el bajo pueblo exaltado por palabras como “Libertad” o “Constitución” increpaba a los diputados que, en su opinión, no defendían esos recién conquistados derechos.
El gesto, como decía, fue hermoso, incluso conmovedor, pero, claro, como siempre, aquí hablamos de Historia y lo que toca es analizar el valor histórico, para nuestra sociedad, de dicho gesto. Vamos, pues, con la primera de las dos lecciones de Historia política que se pueden sacar de ese incidente, ocurrido el 11 de diciembre de 2014 en el Congreso de los diputados español.
Esa primera lección es para el público en general. Entre ellos los presuntos miembros del 15-M que cantaron esa canción de “Los miserables” en el Congreso y, quizás, están confundidos sobre lo que realmente, en términos históricos, se representa en la película, en la que todo parece una continuación, no demasiado lógica, de la famosa revolución de 1830 inmortalizada por Delacroix en un famoso cuadro.
La película indica que la acción revolucionaria dramatizada en ella transcurre en 1832. Entonces ¿de qué proceso revolucionario puede tratarse si dos años antes, en 1830, ya se había instaurado un gobierno de esas características?.
En efecto, en julio de ese año el pueblo francés se levantó contra un régimen tiránico: la monarquía absolutista -cada vez más absolutista- de Carlos X. Se derrocó a este rey de la dinastía Borbón -el último de ella que ha reinado en Francia- y se instauró una monarquía constitucional poniendo como rey a Luis Felipe de Orleans. La dinastía de repuesto -llamémosla así- para el trono francés, que llevaba desde el siglo XVII esperando esa oportunidad.
Luis Felipe pasa en los libros de Historia por ser un buen tipo. Mucho mejor que aquel Carlos X con tendencias de sátrapa al que vino a sustituir. Se decía de él que era un apacible burgués, más de paraguas y chistera que de cetro y corona, y de hecho gobernó durante dieciocho años Francia. Todo un logro en el convulso panorama de la Europa de la Era de las revoluciones. Más aún teniendo en cuenta que, a diferencia de nuestro Fernando VII -que se quedó lívido al ver lo que había ocurrido en Francia, hasta entonces valedora de su propio Absolutismo-, gobernaba como rey constitucional y parlamentario.
Esa es la teoría que, como vemos, hace bastante incomprensible una revolución como la de “Los miserables”. La práctica de la monarquía de Luis Felipe lo explica mejor: no fue tan liberal como se pudiera creer. Las tendencias autoritarias de parte de la burguesía que había querido la revolución de 1830 hicieron pronto su aparición, poniendo límites a la Libertad que les había guiado en julio de ese año hasta las Tullerías para derrocar a Carlos X.
Otra parte de la burguesía, más revolucionaria, menos moderada -y republicana-, apoyada en el bajo pueblo, en los miserables en fin, exigió no menos sino más Libertad, apelando por cierto, como se ve en la película con total claridad, a un general, Lamarque, que ellos veían como garante de esas aspiraciones…
Sin duda ese sector revolucionario que quería más revolución a partir de la hecha en julio de 1830 no se acordaba -o no se quiso acordar- de que otro general, Napoleón -jefe, por cierto, de Lamarque-, diecisiete años antes, en lugar de ser garante de ninguna revolución se instauró como autócrata entre 1804 y 1814. Más una propina de cien días. En cualquier caso Luis Felipe y su régimen no estuvieron muy dispuestos a escuchar demandas sobre más, y no menos, Libertad. La cosa, como se ve en la novela, en el musical, en la película… acabó en baño de sangre.
Así hasta que en 1848 los derrotados en esa acción represiva hicieron su propia revolución, instaurando la Segunda República francesa.
¿Fueron entonces los franceses más libres?. Pues desgraciadamente no. Nos cuentan los historiadores especializados en ese período que uno de los primeros efectos de esa revolución fue crear un cuerpo policial represivo que ha llegado hasta hoy día en Francia bajo la forma de las temibles CRS. Es decir, las Compañías Republicanas de Seguridad. La Policía antidisturbios francesa de fama mundial y no precisamente por la suavidad de sus métodos de diálogo político…
Además de esto el sobrino de Bonaparte dio un golpe de estado en 1851 e instauró otra autocracia imperial que, tras sacarse de encima a unos cuantos protestones -uno de ellos Víctor Hugo-, gobernaría Francia hasta 1870. La cosa no pararía ahí. La larga marcha por la Libertad en Francia, y en el resto de Europa -España incluida-, continuó. De hecho hasta hoy mismo. Siempre por la misma tensión entre sectores de la burguesía más moderados y otros más revolucionarios apoyados en las clases populares, que quieren para ellas el mismo trato que la burguesía exigió en 1789…
Lo que se vio el miércoles en el Congreso de los Diputados fue un episodio más de esa lucha, representada esta vez por los expulsados de las galerías del público y por el ministro Jorge Fernández Díaz.
Y eso nos lleva a nuestra segunda lección de Historia política, que esta vez me permito dedicar a dicho ministro y al sector de opinión que representa. Puede que él y quienes lo apoyan en las urnas no sepan que, una y otra vez, en la Historia, cuando un grupo social -patricios romanos, aristocracia feudal, burguesía conservadora…- ha ido excluyendo a más y más gente y después ha pretendido defenderse con leyes como la de “la patada en la puerta” -promulgada por el PSOE en 1992- o la “mordaza”, lo único que ha conseguido es que las masas de hombres y mujeres airados -como dice la canción de “Los miserables”- hayan venido a exigir cuentas. En las escalinatas del Palacio de Invierno o en las urnas. Eso si antes la guardia pretoriana o los cosacos de la Guardia Imperial -en principio los garantes de leyes así- no han acabado ya, por pura avaricia, porque son ellos, al final, los que tienen el control de la fuerza física…, con esa clase dirigente y excluyente que pretende escudarse en leyes así…
Lo que viene después de eso puede ser mejor o peor, traer más o menos Libertad, pero normalmente, a esas horas, los autores de leyes así ya han sido arrollados por la situación que ellos mismos han creado con un egoísmo digno de urracas y una ignorancia propia de la materia más inerte que se pueda encontrar en el Universo.
Dicho esto sólo queda desear, al señor ministro, a su partido y a su ley, muy buena suerte para las cada vez más próximas elecciones generales. Les va a hacer falta.
Sobre todo si las ganan y siguen con sus planes de estos últimos cuatro años, porque probablemente nos llevaran así a la misma situación en la que se encontraba ese país tan terrorífico hoy para muchos -Venezuela- antes de que el comandante Hugo Chávez se hiciera con el control de la situación. Cuando fue aupado -en las urnas- por miles de excluidos, de marginados. Esos mismos que fabrica en serie gente como la que luego promulga leyes mordaza, esperando así poner puertas al alud que ellos mismo acaban por provocar y que, en efecto, los arrolla, demostrándonos que, a veces, el Mundo está gobernado por gente que no ve más allá de sus narices, que ni siquiera es consciente del alcance de sus propios actos y del daño que les pueden acarrear. A ellos y a muchos otros…