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Carlos Rilova

El correo de la historia

Todo empezó con una gran derrota. Napoleón frente al almirante Nelson en Abukir (del 1 de agosto de 1798 al 1 de agosto de 2015)

Por Carlos Rilova Jericó

Hoy, 3 de agosto de 2015, ya se han cumplido, con largueza, los doscientos años de la captura de Napoleón Bonaparte por la flota británica, ante las tormentosas -en más de un sentido- costas de la Francia de aquella época.

Fue a finales de julio de aquel año de victoria para la última coalición contra el llamado “Tirano de Europa”.

Por supuesto los focos de resistencia franceses no se extinguieron en ese momento y los ejércitos aliados tuvieron que aplicar una “amistosa persuasión” en distintos puntos de Francia, con mayor o menor gasto de pólvora y balas, para dejar clara constancia de que la epopeya napoleónica había tocado a su fin. Pero de esos episodios, especialmente de los que tuvieron lugar en el País Vasco y otros puntos de los Pirineos, hablaremos cuando se cumplan sus doscientos años redondos, a finales de este mes.

En cualquier caso, este 3 de agosto de 2015 no es un mal momento para recordar que la carrera de Napoleón que acaba así, entregándose a bordo de un navío de guerra de su majestad británica, empezó, paradójicamente, escamoteando su persona a la flota británica, después de una formidable batalla naval, la de Abukir, en las costas de Egipto, que tuvo lugar un 1 de agosto de 1798.

Así es, en esas fechas, cualquier biografía del emperador les puede decir que éste se las seguía apañando muy bien en la turbulenta Francia posterior a la caída del régimen del Terror jacobino, logrando abrirse camino en medio de unos personajes que habrían convertido a nuestra actual numerosa legión de corruptos y políticos provincianos -esos interesados sólo en su propio interés, caiga quien caiga- en meros aficionados.

Tras su inteligente matrimonio con una de las “tres gracias del Directorio”, Josefina de Beauharnais (otra de las tres era la española Teresa Cabarrús, por si es necesario recordarlo), Napoleón supo aprovechar esa ascendencia ganada gracias a su alianza con una de las mujeres más influyentes del susodicho Directorio -que sustituye a los bebedores de sangre del Terror por la vía expeditiva- para ir escalando puestos antes de que hombres como el ciudadano Barras -uno de los jefes de ese Directorio, acaso el único que mandaba en él- se lo quitasen de en medio con su bien conocida falta de escrúpulos.
Fue así como el entonces ciudadano-general Bonaparte consiguió el mando de un formidable ejército que debía conquistar Egipto para que la vacilante República francesa pudiera doblegar a su mayor enemigo: el naciente imperio británico que veía así cerrada una de sus principales rutas hacia la que se está convirtiendo ya entonces en la joya de su corona: la India.

Una vez en Egipto, en tierra Napoleón se asegurará, como será habitual en él hasta 1812, fulgurantes victorias, acabando con el régimen de los mamelucos -de quienes hablamos en otro reciente correo de la Historia, por cierto- e imponiendo el dominio francés sobre ese territorio.

Un éxito que acabó muy mal aproximadamente un año después, en agosto de 1799. Para empezar el 1 de agosto de 1798 la flota del mejor almirante británico de esa fecha, Horatio Nelson, dio alcance, al fin a la flota francesa que había llevado al ejército de Bonaparte hasta allí…

 

A partir de aquí me ceñiré a lo que me cuentan algunos interesantes documentos reunidos en un libro no menos interesante: “Nelson and Emma”, una magnífica edición hecha por The Folio Society de Londres en el año 1994, a cargo de Roger Hudson.

En ese cuidado volumen se recoge buena parte de la correspondencia que el almirante Nelson sostuvo con la mujer de su vida. No hay en él ninguna carta con fecha de agosto de 1798 en la que Horatio Nelson dé cuenta de cómo le fue en esa batalla naval de Abukir que se considera una de sus mayores victorias. Sin embargo, el volumen conserva en sus páginas 129 a 134 el relato de uno de los oficiales bajo mando de Nelson aquel día, Edward Berry, capitán del buque insignia de Nelson, el Vanguard .

Berry cuenta que la flota británica entró con mucho cuidado en la rada de Abukir, donde la Armada francesa había anclado en previsión a que algo así pudiera ocurrir. Dice su relato que avanzaban midiendo cuidadosamente, con las sondas, la profundidad de las aguas sobre las que navegaban.

Así se dieron de frente con lo que Berry describe como un enemigo desplegado en una sólida línea de combate, con sus extremos reforzados por cañoneras y Artillería -la temible Artillería francesa de la época- emplazada en tierra para cubrir cualquier avance contra sus barcos.

Ante esto Nelson expresó un plan que, tal y como lo cuenta Berry, parece de una simpleza extraordinaria. El capitán le oyó decir que “donde hay espacio para que navegue un navío enemigo, hay sitio para que eche el ancla uno de los nuestros”.

Tras eso se pusieron en práctica los designios del almirante que el capitán Berry resume en que era necesario vencer o morir en el intento.

El caso es que todo salió bien… para los británicos. Dice Berry que el Goliath y el Zealous recibieron el primer fuego francés. Tanto desde las unidades navales como desde tierra. Después, unidos al Orion, el Audacious y el Theseus lograron romper la línea francesa en tanto que el barco de Berry, el Vanguard, conseguía rebasar esa misma línea y enfrentarse a Le Spartiate a una distancia tan corta como la de medio tiro de pistola. Así, cogidos ya entre dos fuegos, los navíos franceses no lograrán zafarse de las constantes andanadas de toda la flota británica. Entre otros barcos estaba allí, lanzando cañonazo tras cañonazo, el Bellerophon, uno de los navíos británicos que en 1815 tendrá el raro honor de aceptar la rendición de Napoleón.

Esto durará entre las siete y las diez de la noche, en una oscuridad sólo iluminada por los fogonazos de los disparos y por la explosión de L´Orient, a las 10, que marca el punto de inflexión de la batalla.

Sin embargo, los puntos de vista sobre el hecho pueden variar. Tal vez el daño infligido por la tenaz resistencia francesa en Abukir desmiente un tanto que esa victoria británica fuera tan rotunda, habiéndose obtenido a un alto coste. Y, de hecho, Napoleón no considera que esa derrota naval signifique el fin de las operaciones terrestres, que continuarán durante todo el año siguiente. Primero bajo su mando y después bajo el de Kléber, al que deja al frente de la ocupación francesa de Egipto cuando decide que lo mejor es que él, Napoleón, regrese a Francia para evitar que el Directorio acabe con él y sus planes, cuya ambición fue bien conocida hasta 1815.

El punto de vista británico es bastante distinto. Las noticias de la derrota francesa en Abukir tardan un mes en llegar a Nápoles, pero una vez que son recibidas Emma Hamilton, la amante de Nelson, el 1 de septiembre de 1798, escribe a su amor una exultante carta donde le cuenta los desmayos y ditirambos que se lanzan por todo Nápoles por esta gran victoria que, como señala lo que nos cuenta Emma Hamilton en esta impagable carta, han hecho del almirante todo un icono de moda, reflejado en los vestidos de mujer “a la Nelson”, como el que dice llevar en ese momento la propia Emma, o sus pendientes.

Lo cual no evitó que los franceses siguieran dueños de la mayor parte de Egipto hasta agosto de 1799. Lo cual debería llevarnos a reflexionar sobre el alcance, real, de determinadas victorias navales. Deslumbrantes sí, pero de efecto, cuando menos, bastante retardado y revelador, como en el caso de la de Abukir, de que la Marina es la única arma de la que dispone Gran Bretaña en esas fechas para evitar su derrota -¿tal vez su conquista?- por las armas de la aguerrida República francesa. Un arma, esa Marina, capaz de acabar con parte de la flota francesa, pero no de desembarcar con éxito tropas que desalojen a los franceses de Egipto en todo un año…

El resto, como ya sabemos, se fue fraguando a lo largo de los siguientes años. En 1805 Nelson moriría después de destrozar un poco más el poder naval francés, ganando tiempo para una Gran Bretaña que no habría resistido una invasión terrestre. Diez años después el astuto general Bonaparte que logra escapar de Egipto y evitar que las consecuencias de Abukir lo manden, como poco, al ostracismo político, acabará rindiéndose a los británicos en el Bellerophon. Un barco que había sobrevivido a esa gran batalla de Abukir para asistir a la definitiva derrota de Napoleón casi veinte años después.

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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