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Carlos Rilova

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Del fin de la Segunda Guerra Mundial a la muerte de Aylan Kurdi. De libros y telediarios para la primera quincena de septiembre de 2015

Por Carlos Rilova Jericó

Esta semana he estado dudando mucho tiempo sobre qué escribir este lunes. Al final la oportuna -supongo que en más de un sentido- publicación de un libro de un alto oficial soviético, Vladímir Rezún, que firma como Víctor Suvórov, me ha dado una clave que, como las ofertas de “El padrino”, no he podido rechazar.

El libro de Suvórov, de tamaño más que respetable y titulado “El rompehielos”, defiende, desde 1992, fecha en la que fue publicado aprovechando el colapso del sistema soviético, una de esas tesis históricas que solemos llamar “revisionistas”.

A saber: que el que provocó la Segunda Guerra Mundial, cuyo final cumplía esta semana pasada setenta años, fue el camarada Stalin y no el führer Adolf Hitler…

Con toda la prudencia que requieren afirmaciones de ese talante, voy a darle algo, sólo algo, de razón al ex-camarada general Suvórov.

¿Por qué hacer esto con una obra que ha causado una gran controversia en el mundo de la Historia académica como se ve, por ejemplo, en el artículo del profesor Dmtry A. Chechkin sobre ese autor y su contraparte española, Pío Moa, publicado  en el nº 38 de la revista de Historia Contemporánea de la Universidad del País Vasco?.

Por una sencilla razón: distintas fuentes sobre el proceso de descomposición de la revolución bolchevique de 1917 -de la que emergió como un titán manchado de sangre Stalin- hacen bastante plausible que el aludido Stalin y los que le rodeaban por devoción, por afinidad o por puro terror, fueran capaces de preparar vastos complots. Por ejemplo uno mediante el cual la Unión Soviética, ya perfectamente purgada de enemigos del “padrecito”, se fabricaba un enemigo a la medida -la Alemania hitleriana- para desencadenar la guerra que ablandaría lo bastante a la Vieja Europa.

Una conflagración bélica lo bastante dura como para que el viejo continente cayera como fruta madura en manos de las legiones soviéticas, presentadas como Ejército de Liberación de la amenaza fascista que, siempre según Suvórov, habría sido creada como tal por las facilidades ofrecidas por la URSS de Stalin a la Alemania de Hitler, facilitándole pactos diplomáticos ventajosos -el famoso Ribbentrop-Mólotov- y acceso a tecnología militar punta que ninguna otra potencia europea -otra vez según Suvórov- estaba en condiciones de proporcionar en los oscuros años treinta.

Ciertamente esa clase de experimentos elaborados en el laboratorio de ideas del Kremlin stalinista  no fueron raros y eran, de hecho, conocidos mucho antes de que Suvórov tuviera siquiera oportunidad de lanzar su provocadora tesis.

Los delegados socialistas o anarquistas españoles enviados -como los de muchos otros países europeos- a observar el experimento soviético, ya señalaban de lo que era capaz el régimen soviético en embrión que, en obras como las del socialista Fernando de los Ríos o el anarquista Ángel Pestaña, en el mejor de los casos era calificado como una dictadura igual de atroz y maquiavélica que la zarista que acababa de derrocar.

En el frente de Aragón, y, en general, en toda la España bajo control republicano, se pudo comprobar durante nuestra guerra civil de 1936 el desarrollo de las ideas oportunistas, ciertamente maquiavélicas, fermentadas por el camarada Stalin con un objetivo que no está muy lejos del que Suvórov le atribuye osadamente en “El rompehielos”.

Gran parte de las fuerzas de izquierda disidentes (POUM, CNT, etc…) fueron neutralizadas con la inestimable ayuda de los agentes soviéticos enviados a España a controlar que el proceso de derrota o victoria de la Segunda República española -ocurriera lo que ocurriera- lo dejase todo a la medida de los designios del camarada Stalin.

Las checas en las que se elimina a esos disidentes de izquierda, son una buena prueba de que planes como los descritos por Suvórov no son tan descabellados, por más que sus tesis sean altamente cuestionables desde el punto de vista académico.

Conviene ser cautos, pues, con la lectura de “El rompehielos” que ahora irrumpe en nuestro mercado editorial, pero aunque el 90% -o más- de ese libro sea poco más que farfolla histórica, tiene al menos la virtud de recordarnos que, eso es innegable, Stalin era de ideas bastante alambicadas, por decirlo de un modo suave, sobre las Relaciones Internacionales, la Guerra, la Paz, la revolución internacional, etc….

Y ahora, supongo, se preguntarán qué tiene que ver todo eso con la muerte del pequeño Aylan Kurdi, que se ahogó esta misma semana pasada huyendo de una atroz guerra civil -la siria- causando un terrible revuelo en el mundo de la Información, suscitando debates sobre si se debía mostrar su imagen o no, pixelada de pies a cabeza o no, etc…

Puede que parezcan dos hechos difíciles de relacionar. Más allá de la terrible casualidad de que el 70 aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial -provocada por Stalin antes que por Hitler según el ex-camarada Suvórov- haya coincidido con la muerte de este niño sirio y toda su familia a excepción de un padre que, anegado en su comprensible dolor, nos recuerda en Occidente que él es -o fue hasta hace poco tiempo- una persona muy parecida a las que aquí en la, de momento, aún segura Europa occidental, consumen telediarios y periódicos en los que se recuerda ese horror.

Lo cierto es que la muerte de Aylan Kurdi, las circunstancias que la han provocado, recuerdan, por desgracia, extraordinariamente a las circunstancias en las que la Segunda Guerra Mundial se fue fraguando. Tenemos ante nosotros, por lo general, gobiernos adocenados que no piensan más que en preservar una pequeña parcela de seguridad, ignorando un hecho tan elemental, tan obvio, como que nada está seguro hasta que todo está seguro, como dijo en “El talón de hierro” Jack London. Tenemos, otra vez, una Alemania con veleidades imperialistas sobre Europa y quién sabe si sobre el Mundo y un escenario de crisis económica que sólo parece empeorar apenas se dice que ha comenzado a mejorar y todo por la sencilla razón de que se insiste, tercamente, en que la causa de la enfermedad -políticas económicas desreguladoras- es la cura para la enfermedad…

Puede que dentro de otros setenta años alguien descubra que esa serie de hechos que aún no sabemos adónde nos pueden llevar, fueron provocados no, por ejemplo, por una Alemania neoimperialista que, según parece, marcha por el escenario internacional a golpe de geniales ideas de bombero-incendiario, sino por -cosas más raras se han visto- un enigmático plan del siempre enigmático Vladímir Putin.

El caso es que esos retruécanos históricos no devolverán la vida perdida de nadie. Ni la de Aylan Kurdi, ni la de miles de refugiados que, tal vez, hayan escapado de lo peor, de momento, pero arrastran una existencia truncada por un panorama de relaciones internacionales completamente dislocado. Tan dislocado como el que existía en el Mundo de los “oscuros treinta” del siglo XX, al que, parece, vamos, por desgracia, superando. Como se puede constatar con sólo ver un telediario. El que sea. Tanto si las imágenes “sensibles” se pixelan, como si se ofrecen tan obvias y diáfanas como un animal abierto en canal.

Una verdadera lastima constatar que la Humanidad, al menos hoy por hoy, parece incapaz de aprender de la experiencia histórica. Ni siquiera de la de un lapso históricamente tan corto como setenta años…

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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