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Innovación: de la herejía a una nueva religión

¿A qué nos referimos cuando hablamos de innovación? La innovación es una de las palabras que más se emplean en la sociedad actual. Forma parte de nuestro vocabulario habitual, y en la mayoría de los casos se percibe a la innovación como una necesidad. La innovación es a menudo entendida como algo positivo que redunda (o debería redundar) en el bienestar, dando solución a problemas existentes (económicos, sociales, medioambientales, etc.).

Sin embargo, la palabra innovación no siempre ha tenido connotaciones positivas. El profesor canadiense Benoît Godin, del Institut National de la Recherche Scientifique, ha desarrollado durante los últimos años un proyecto en el cual ha estudiado la evolución que he llevado a cabo este término.

Tal y como recogen en su último libro Castro y Fernández de Lucio (2013), la palabra innovación procede del griego καινοτομία, que significaba “hacer nuevos esquejes”. El término fue empleado por Platón y Aristóteles con el significado de “introducir un cambio en el orden establecido”. Según estos pensadores griegos, la innovación debía estar prohibida por ser maligna, ya que incorporaba cambios a las costumbres y al orden existente.

Este criterio fue compartido por filósofos como Séneca y Lucrecio, poetas como Horacio y Virgilio, moralistas como Cicerón y Tácito, e historiadores como Salustio, quienes consideraron la innovación como sinónimo del mal y lo prohibido. “Ne quid novi fiat contra exempla ataque instituto moiorum”, afirmó Cicerón en su obra De Imperio Cn. Pompei (“que no se establezca la innovación contraria a los precedentes”).

Este sentido peyorativo perduró durante siglos, no sólo debido a la influencia de los pensadores griegos y romanos en el pensamiento político occidental, sino también al apadrinamiento religioso de éste. Durante el Renacimiento, el concepto de innovación compartía el espacio de la herejía en los discursos religiosos. En 1548, Eduardo VI, rey de Inglaterra, emitió una declaración “Against Those That Doeth Innouate” (contra los que innovan). Incluso el ámbito científico convino esta interpretación. Como consecuencia de las revoluciones inglesa (1649) y francesa (1789), el término se identificó con la revolución, y por ende con los revolucionarios, asumiéndose así que toda innovación era repentina y violenta. El concepto dejó así de ser empleado durante siglos, debido a sus evocaciones profundamente negativas.

Pudiera parecer que por lo tanto, durante muchos siglos todo lo nuevo fuera mal valorado. Sin embargo, como reflexionaba Bentham (1824) decir que todo lo nuevo es negativo es como decir que todo es negativo, ya que de todas aquellas cosas que hayamos visto o de las que hayamos oído, no hay ninguna que alguna vez no haya sido nueva. Por lo tanto, todo lo existente, ahora o en el pasado, fue alguna vez una innovación.

Sobre todo a partir del Renacimiento se apreciaba lo nuevo, lo curioso y lo extraño, pero utilizando otras palabras como novedad, reforma o renovación, ya que implicaban una mejora progresiva, de lo imperfecto, es decir, una búsqueda lenta y paulatina de la perfección. Del mismo modo, los avances que acaecieron durante la primera Revolución Industrial fueron denominados máquinas o inventos, pero careciendo de carácter innovador.

Esta corriente se mantiene hasta finales del siglo XIX, un período en el cual los científicos querían destacar el carácter revolucionario de su actividad así como de sus frutos, es decir, el desarrollo de descubrimientos científicos absolutamente nuevos, únicos y nunca antes llevados a cabo. Ello requería del empleo de un término que expresara el uso o aplicación que se deducía de dichos avances, para diferenciar las invenciones que no llegaban a ser utilizadas de aquellas que sí llegaban a serlo. Así, se empezó a emplear el término innovación como sinónimo de introducir algo (novedad científica o tecnológica) útil.

El término aparece por primera vez con un sentido económico positivo en los trabajos del economista Joseph Alois Schumpeter (1883-1950), quien describió un paradigma socioeconómico en el que la innovación resulta el motor interno del desarrollo económico. Schumpeter bautizó el concepto de “creative destruction” (destrucción creadora), al que definió como un proceso de mutación industrial que revoluciona la estructura económica, destruyendo lo antiguo y creando elementos nuevos. Los responsables de dichos procesos serían los “emprendedores innovadores”. Con sus trabajos, Schumpeter sentó las bases para comprender los efectos de la innovación como factor determinante del desarrollo empresarial y económico.

En el primer libro en el que se refiere a la innovación, Schumpeter (1934) especifica que las nuevas combinaciones de las fuerzas productivas (o innovaciones) pueden ser de cinco tipos: (i) introducción de una nueva mercancía (innovación de producto); (ii) introducción de un nuevo método de producción (innovación de proceso); (iii) apertura de nuevos mercados; (iv) nuevas fuentes de materias primas; (v) nuevas formas de organización industrial. Desde entonces han sido muchos los estudiosos que, desde varias disciplinas y enfoques, han tratado de definir la innovación y acotar su significado. Atendiendo a la definición del Manual de Oslo (2005), que es la que se aplica en la elaboración de las estadísticas de innovación, “una innovación es la introducción de un producto (bien o servicio) o de un proceso, nuevo o significativamente mejorado, o la introducción de un método de comercialización o de organización nuevo aplicado a las prácticas de negocio, a la organización del trabajo o a las relaciones externas”.

Como se puede observar, la innovación es un concepto poliédrico, ya que es a la vez un proceso y su resultado, en el que además del componente tecnológico, los factores organizacionales y socioculturales también desempeñan un papel fundamental. La cantidad de veces que escuchamos hablar de innovación, tanto en los medios, como en las organizaciones, el deporte, la alta cocina, etc. no hacen sino ilustrar que la innovación es un atributo imprescindible en la sociedad actual. Ningún país puede presumir de no ser innovador, aunque su política sea absolutamente conservadora. La innovación determina las acciones (o inacciones) de los gobiernos, que es precisamente lo que se trataba de evitar antiguamente. La sociedad necesita personas innovadoras. Las administraciones requieren también personas innovadoras que sepan adaptar las instituciones existentes a las nuevas demandas económicas y sociales. Por ello, los cambios sociales que estamos viviendo en la actualidad, nos abren las puertas a la innovación social que con toda seguridad, producirá en los próximos años unos cambios si no mayores, comparables a los que dieron lugar al Renacimiento.

 

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Hausnarketa eta eztabaida gure errealitate ekonomikoaz /Reflexión y debate sobre nuestra realidad económica

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"Donostiako Deustu Business Schoolen eta Lehiakortasunerako Euskal Institutoan, Orkestra-n, dihardugun lau unibertsitate irakasle eta ikertzaile gara. Blog hau sortzera bultzatu gaituena zera da: modu ulerterraz, zorrotz, kritiko eta burujabean egindako hainbat gai ekonomikori buruz gogoetak plazaratzea, gai horiek gure bizitzan eta gu parte garen gizartearenean eragin handia dutelakoan". --------------------- "Este blog pretende reflexionar sobre diferentes cuestiones económicas que nos afectan como personas y como sociedad, de una manera divulgativa, rigurosa, crítica e independiente. Somos cuatro profesores que desarrollamos nuestra actividad académica en la Deusto Business School en su campus de San Sebastián y en el Instituto Vasco de Competitividad, Orkestra. Blog sobre economía de Asier Minondo, Iñaki Erauskin, Bart Kamp y Jon Mikel Zabala".


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