El dinero es el incentivo utilizado mayoritariamente por las empresas para motivar a los trabajadores en la consecución de un objetivo. Frases como “si vendes un XX% más te damos un YY% de comisión” o “si consigues reducir en XX% la tasa de piezas defectuosas te damos un plus del YY% de tu salario” se escuchan diariamente en muchas empresas. Sin embargo, ¿es el dinero la única forma de motivar a los trabajadores?
Para responder a esta pregunta me voy a apoyar en el trabajo de un autor al que admiro: Dan Ariely. Este psicólogo/economista tuvo un accidente muy grave cuando tenía 18 años que le dejó el 70% de su cuerpo con quemaduras de tercer grado. Pasó tres años en un hospital con el cuerpo totalmente vendado. Cuenta en uno de sus libros que al no poder realizar las actividades diarias de una persona normal, se empezó a sentir como un ser aislado, como alguien que vive en otro universo. Y desde esta lejanía empezó a observar, de una forma menos apegada, cómo nos comportamos los humanos, y a preguntarse qué es lo que realmente nos motiva, qué fuerzas profundas guían nuestro comportamiento.
Una vez recuperado, dedicó su mente inquisitiva a responder estas preguntas de una forma científica, convirtiéndose en uno de los autores de referencia en la rama de la economía que se conoce como economía de la conducta. Una de sus áreas de estudio ha sido la motivación en el trabajo. Para medir qué variables influyen en nuestra motivación Dan Ariely diseñó el siguiente experimento, que está descrito en otro de sus libros. Al participante en el experimento se le da una hoja de papel llena de letras. En esta hoja el participante tiene que encontrar diez casos en los que a una ese mayúscula le sigue otra ese mayúscula. Si las encuentra se le paga 0,55 dólares. Si la persona acepta, empieza el juego. Una vez que ha encontrado las diez SS, la persona entrega la hoja a un evaluador. En ese momento el evaluador le ofrece al participante repetir el juego; sin embargo, esta segunda vez el pago es de 0,50 dólares, es decir, 0,05 dólares menos que en el caso anterior. El experimento se va repitiendo, reduciéndose el premio cada vez en 0,05 dólares, hasta que la persona decide que ya se ha cansado de buscar eses mayúsculas seguidas (o ha repetido el juego once veces).
El juego tiene tres variantes. En la primera variante la persona escribe su nombre en la hoja; cuando la persona encuentra las diez SS entrega la hoja, el evaluador la coge, comprueba que el participante ha encontrado las diez SS, asiente y la pone en un montón. En la segunda variante, la persona no escribe su nombre; el evaluador al recoger la hoja no mira si está bien o si está mal; simplemente la deja en un montón. En la tercera variante, la persona tampoco escribe su nombre; al recibir la hoja, el evaluador, sin mirarla, rompe la hoja delante del participante. Es importante subrayar que los incentivos monetarios son exactamente los mismos en todas las variantes del experimento. ¿Os imagináis en qué variantes las personas dejaron de jugar antes? Pues bien, como media, los participantes de la variante 1 repitieron el juego 9,03 veces; los participantes de la variante 2 lo repitieron 6,77 veces, y los participantes de la variante 3 lo repitieron 6,36 veces.
¿Qué lecciones podemos sacar de este experimento? En primer lugar, es importante que recordemos que en este experimento los participantes no están realizando su actividad laboral habitual, ni están realizando una actividad complejísima, ni el evaluador es alguien que sea importante en sus vidas. Solamente están buscando eses mayúsculas seguidas. Y aun así, solamente por reconocer su trabajo y no romperlo delante de ellos, los participantes trabajan un 40% más. En segundo lugar, romper el trabajo delante de los participantes y no mirar el trabajo tienen un efecto similar sobre la productividad.
El experimento muestra que solamente con prestar atención al trabajo que realizan los compañeros, reconocer su esfuerzo, y destacar los resultados de su trabajo se obtiene un aumento enorme en la motivación y en la productividad. Además, no cuesta dinero hacerlo, y seguro que iríamos mucho más felices a trabajar.