Hace unas semanas estuve en una conferencia sobre política de ciencia y tecnología en Atlanta (Georgia). Una de las personas a las que tuve el placer de escuchar allí fue David Goldston. Goldston es una persona muy reconocida en la gestión de la política científica en Estados Unidos, ya que cuenta con más de veinte años de experiencia en el Capitolio, además de impartir docencia tanto en Princeton como en Harvard. Su exposición (“what do science and technology policy makers need to know and when do they need to know it?”), abordó un conjunto de preguntas a las que los gestores de la política científica y tecnológica de los Estados Unidos les gustaría recibir una respuesta. Su intervención, basada en su experiencia, me pareció oportuna ya que las cuestiones que allí se expusieron, y el consiguiente debate que se generó, son también compartidas por gestores de la política y la investigación vascas.
Goldston comenzó por exponer cómo los gestores necesitan saber dónde establecer sus prioridades, ya que a menudo se encuentran en situaciones en las cuales tienen que repartir los fondos (o en contextos como el actual, decidir dónde recortar) sin un criterio claro. Así, preguntó a la audiencia si alguien le podría decir cuál sería la inversión óptima en I+D para los Estados Unidos, y cuál debería ser la proporción entre gasto público y privado, o gasto militar y gasto civil. Él mismo expresó cómo en un mundo sin limitaciones estructurales ni presupuestarias, tal vez una respuesta válida podría ser la de “cuanto más mejor”.
En este sentido, se preguntaba cuál debería ser la composición de las líneas de investigación que debería apoyar el país. Es decir, cómo decidimos si los proyectos de investigación en áreas como la biología, la medicina, la química o la física de partículas son más prioritarios para el país que aquellos proyectos de ingeniería y enseñanzas técnicas, energía, medio ambiente o ciencias sociales? ¿Hay un tipo de equilibrio sobre el cual se puedan sustentar estas decisiones? ¿Se podrían realizar aproximaciones que ayudaran a acercarse a una decisión más robusta y coherente que la de definir un número (básicamente) al azar aunque no exista un número óptimo para responder a dichas preguntas?
Goldston comentaba (de forma acertada creo yo) cómo, por muy bien que les pueda sonar, los gestores no están preocupados en la I+D ni en la innovación per se, sino en la empleabilidad de la sociedad (por aquello de los votos). Sin embargo, las decisiones sobre fortalecer o limitar el apoyo a la investigación pública tienen consecuencias directas no solo sobre el empleo actual, sino sobre todo, sobre el empleo futuro (tanto en el sector público como en la industria privada), ya que muchas de las empresas futuras surgen como consecuencia de la investigación básica. En este sentido, preguntaba si efectivamente existe una correlación positiva entre los esfuerzos en I+D civil y los empleos generados, no sólo en términos de investigadores e ingenieros, sino también en empleo directo e indirecto tanto en manufactura como en servicios. Dicho de otra manera, se nos preguntaba si teníamos evidencias que nos permitieran concluir que la investigación básica permite crear una tasa de empleo neto positiva y a cuánto asciende dicha medida.
Goldston concluía haciendo una referencia al expresidente Harry S. Truman, quien dijo “Give me a one-handed economist! All my economists say, On the one hand on the other”. Con ello, Goldston quería reflejar que para los gestores no tiene ninguna utilidad los argumentos de los economistas cuando exponen sus “por un lado… pero por el otro lado…”. En efecto, Goldston ya sabía que la mayor parte de las preguntas que él formuló carecen de una única respuesta, ya que las respuestas, no son ni correctas ni incorrectas, sino que son válidas o inefectivas en función del tiempo y del contexto. Sin embargo, sí consideraba que desde los órganos de gestión se esperaba que la investigación científica pudiera apuntar en ciertas direcciones sobre las cuales fundamentar las decisiones políticas.
En este sentido, muchos de los investigadores presentes, le respondieron a Goldston que a menudo, ellos mismos habían sido partícipes de comités de evaluación en los cuales se había concluido lo que dichos gestores podrían hacer para tener en cuenta las necesidades de los emprendedores e innovadores, y así poder generar más y mejores empleos, pero que dichos gestores, solo están interesados en inaugurar nuevas agencias e infraestructuras de conocimiento. Goldston terminó argumentando que los investigadores deberíamos estar preparados para decirles a los gestores lo que consideramos que deberían hacer, pero al mismo tiempo, saber que finalmente ellos decidirán por sí mismos.
Moraleja. No hay peor sordo que aquel que no quiere oír.