Hace un par de semanas comenzamos el segundo cuatrimestre de este curso académico. Tras estudiar microeconomía en navidades (algún@s con más éxito que otr@s), ahora los alumnos deben centrarse en la macroeconomía. La mayor parte de l@s lector@s, y esperemos que a estas alturas también de los alumnos, están familiarizados con la palabra economía. Pero, ¿cuál es su origen? Al igual que la mayor parte de las palabras que utilizamos (puedes ver una parodia sobre esto), la economía proviene de la palabra griega oikonomía (ο’ικονομία), la cual a su vez se compone de dos palabras: oikos, que se traduce generalmente como hogar, y nemein, que se traduce como “gestión y dispensación”.
En un reciente artículo, Dotan Leshem ha explorado con más detalle lo que los antiguos filósofos griegos entendían por oikonomía. En la antigua Grecia, el oikos hacía referencia a un hogar, pero no sólo en el sentido de una unidad de consumo familiar, sino en un sentido de estado. Un oikos era también una unidad de fabricación, que suministraba a las familias de sus propias necesidades, y que en muchos casos, incluía a los esclavos en el seno de la familia.
A medida que la “polis” (la política) se convertía en un elemento central para la nobleza de la época, el término oikonomía entró a formar parte de la esfera política y a convertirse en objeto de reflexión filosófica. Desde el año 332 a.C. hasta aproximadamente el 200 a.C., se escribieron textos dedicados a la administración del hogar en las principales escuelas filosóficas griegas. Estos textos se dirigían a los varones, que gobernaban las familias y seguían los valores de la aristocracia terrateniente. Estos textos llevaban implícita una aprobación acrítica de la esclavitud y el sometimiento de las mujeres, una valorización de la autosuficiencia de los hogares y por ende, un cierto desprecio sobre el comercio. En resumen, la oikonomía únicamente trataba de las actividades sociales y económicas que tenían lugar dentro de los límites del oikos.
Acorde a los anteriores escritos, la vida del cabeza de familia (o oikodesptes) se circunscribía a tres dimensiones: la filosofía, la política y la economía. El papel de la dimensión económica era asegurar los medios necesarios para la existencia y para generar un excedente que permitiera sustentar las otras dos dimensiones. El excedente generado por la oikonomía estaba por tanto destinado a permitir que el cabeza de familia pudiera participar en la política y dedicarse a la filosofía. De esta manera, se consideraba que el cabeza de familia permitía a aquellas personas de su oikos participar en la vida de la polis (de la ciudad-estado), y en el pensamiento filosófico.
Esta lógica giraba en torno a tres conceptos: abundancia, racionalidad económica y excedente. La abundancia se consideraba que era un atributo de la naturaleza, a la cual se suponía capaz de satisfacer con creces las necesidades de todos los seres si era gestionada racionalmente. El excedente, por su parte, era resultado del comportamiento racional del cabeza de familia, es decir, aquel excedente de la naturaleza que no se utilizaba para asegurar la existencia familiar. De este modo, los antiguos filósofos pensaban en la oikonomía como una esfera en la que el hombre, que vivía en un entorno de abundancia de medios, debía adoptar una disposición ética en su racionalidad económica que le permitiera hacer frente a sus necesidades y generar excedentes que alimentaran a las esferas filosófica y política.
Es en este momento cuando las reflexiones de Jenofonte y de Aristóteles introdujeron un cambio significativo a la manera en la que se comprendía la economía. Para éstos, el oikos era percibido como una asociación entre la matrona y el cabeza de familia que tenía como objetivo no sólo la existencia, sino una existencia feliz. De todos los actores económicos de la antigua Grecia, la matrona mostraba el mayor parecido con el “homo economicus” contemporáneo. En primer lugar, la matrona era la responsable de gobernar el interior del oikos, debido a su solidez de pensamiento, en la que estaba al mismo nivel que el cabeza de familia, e incluso se consideraba que podía sobresalir respecto a él. En segundo lugar, la matrona pasaba la mayor parte de su tiempo en el oikos, al ser excluida de la esfera pública de la política y la filosofía.
A pesar de que el excedente (o superávit) de la antigua oikonomía se generaba debido a la esclavitud y la negación de los derechos de los ciudadanos a las mujeres, ésta también contemplaba ciertos juicios éticos. Ciertamente, deberíamos ser capaces de identificar una variedad de bases éticas para una economía moderna sin la necesidad de recurrir a la esclavitud o a la negación de derechos humanos y civiles. En este sentido, el autor concluye que el análisis económico debería incorporar un debate ético, de tal forma que la racionalidad económica sea definida en términos de la mejor manera de acercarse a los objetivos que se desprendan de un marco ético acordado. Este marco ético podría poner en duda la consecución de algunos objetivos económicos nacionales como un fin en sí mismos.
Al igual que en la antigua Grecia se produjo una transición que equiparara a los agentes de un oikos, no estaría de más que los “cabezas de familia” del pensamiento económico moderno pudieran también evolucionar incluyendo una ética articulada en torno al propósito humano en la práctica de la vida económica.
Puedes seguirme en Twitter: @jonmizabala