En un post anterior (puedes leerlo aquí) escribí acerca de los resultados de los informes PISA, y del grado en el que este tipo de análisis permiten obtener resultados concluyentes sobre los sistemas educativos. Ahora que ya hemos dado por cerrado este primer cuatrimestre del año 2018-2019, además de tener que definir el contenido del examen final de la asignatura, los profesores estamos a la espera de recibir los resultados de nuestro propio examen. Y es que del mismo modo que nosotros evaluamos al alumnado en base a criterios objetivos recogidos en la guía de cada una de las asignaturas, lxs alumnxs también nos ‘ponen nota’ a nosotros al término de cada cuatrimestre.
Los criterios que los alumnos deben evaluar están claramente definidos e identificados en las hojas que se les facilitan (p.e. nivel de competencia mostrado, coherencia entre discurso y actuación, trato equitativo, utiliza las TIC, informa sobre el plan de trabajo a seguir, ofrece apoyo para facilitar el aprendizaje), con la finalidad de que los resultados que arrojen estas evaluaciones sean lo más objetivos posibles. Sin embargo, en numerosas ocasiones lxs docentes sentimos que éstos no reflejan el método pedagógico seguido en el aula, lo cual tiene repercusiones sobre nuestra evaluación en la Universidad, ya que este tipo de medidas son empleadas por las universidades como indicadores para la distribución de fondos (p.e. de formación) o las promociones.
Al igual que ocurría con los resultados de los informes PISA, de los que ya hablé en el post al que he hecho mención con anterioridad, sentimos que a la hora de ‘ponernos nota’ lxs alumnxs se mueven tanto por los criterios objetivos identificados en el test, como por ejemplo la calidad de la docencia y el nivel de conocimiento del profesor, como por criterios meramente subjetivos y que no tienen nada que ver ni con el contenido de la asignatura ni con la metodología docente seguida en la misma. Para evaluar si efectivamente este sesgo existe o si se trata de una mera ilusión que lxs docentes empleamos para auto-justificarnos y no cambiar nada (habrá más de una persona que opine esto sobre nosotrxs), un equipo de investigadores del Departamento de Anestesiología del Hospital Universitario de Münster (Alemania) han realizado un experimento natural en el que han estudiado si la disponibilidad de galletas durante un curso académico afecta la evaluación que el alumnado hace de lxs docentes (puedes encontrar el artículo aquí).
Con el hecho de proveer de galletas al alumnado, los investigadores querían medir si aspectos que inciden sobre la percepción del alumnado, pero que son totalmente disonantes con las capacidades académicas que se pretenden proporcionar, inciden sobre la evaluación del profesorado. Para ello, cogieron a 118 estudiantes de tercer año de medicina que cursaban la asignatura de emergencias médicas. Estxs estudiantes fueron asignados al azar en 20 grupos de 9 personas cada uno. 10 de estos grupos tenía acceso gratuito a 500 gramos de galletas de chocolate durante la totalidad del curso de medicina, mientras que a los 10 grupos restantes (y que constituían el grupo de control) no se les dieron galletas. Hay que indicar que fueron las mismas personas las que impartieron la docencia a la totalidad de los 20 grupos, y que los contenidos impartidos así como el material del curso fueron idénticos, de manera que los resultados eran comparables. Al igual que ocurre con nuestrxs alumnxs en la Universidad de Deusto, lxs estudiantes del experimento tuvieron que completar una evaluación de 38 preguntas acerca del profesorado al terminar el curso.
Tras analizar dichos formularios de evaluación por parte del alumnado, los resultados arrojaron que de manera estadísticamente significativa los grupos de las galletas evaluaron a lxs profesorxs mejor que el grupo de control, el material del curso también fue considerado de mejor calidad, y su nivel de satisfacción general con el curso fue también mayor.
Fuente: Hessler et al. (2018)
Al igual que de manera creciente se observa una cultura adversa a la evaluación del alumnado, estos hallazgos también cuestionan la validez de las evaluaciones del alumnado sobre el profesorado en la manera en la que éstos se han llevado tradicionalmente a cabo, y que por lo tanto la toma de decisiones dentro de las facultades deberían ser capaces de discriminar por este tipo de sesgos.
Moraleja: mañana mismo pido presupuesto al departamento para la compra masiva de galletas 😉
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