Alberto Moyano
Preguntado durante su comparecencia ante cien ciudadanos demoscópicos
por el precio de un café, Rodríguez Zapatero podría haber alegado que
en su condición de presidente del Gobierno, sus posibilidades de
frecuentar establecimientos públicos es remota. En lugar de eso,
prefirió echarse para adelante y responder que ochenta céntimos.
La cuestión es una mera anécdota pero, como sucede con el ajo quemado
en la cocina, el desliz afectó a todo el conjunto. Además, ZP boicoteó
–consciente o inconscientemente– el espíritu del programa al responder
a cada pregunta concreta con un listado genérico de actuaciones
gubernamentales. Así, cuestionado por la posibilidad de crear personal
jurídico especializado en la atención a menores víctimas de abusos,
replicaba avalando el buen hacer de los jueces; y si la pregunta hacía
referencia a la imposibilidad de subsistir con algunas pensiones de
viudedad, el presidente describía minuciosamente el arco de crecimiento
que han experimentado estas prestaciones.
La repetición sistemática de esta fórmula transmitió una imagen de
rigidez que se podría traducir como incapacidad para diferenciar una
comparecencia en sede parlamentaria de un programa televisivo de
preguntas ciudadanas. Hubo incluso quien formuló su pregunta y se quedó
sin contestación –el ciudadano de La Rioja que se interesó por la
suspendida Ley contra el alcohol–, se supone que más por un fallo de
concentración del presidente que por falta de interés.
Al margen de todo esto, ya hay quien considera redimido a Zapatero por
la feliz circunstancia de que fuera capaz de hablar durante dos horas
sin especial necesidad de recurrir a insultos, ataques y
descalificaciones a terceros, y en esta línea, surgen apuestas sobre si
también Rajoy será capaz de conseguirlo, allá por el mes de
abril. Eso sí, que no le pregunten por el precio del café porque es
capaz de contestar de menor a mayor y por provincias.
El presidente se retrató enn sus respuestas y la ciudadanía en sus
preguntas. En este segundo aspecto, trascendió la sensación de que
consideramos crisis económica cualquier cosa que se sitúe por debajo de
todo. Sin embargo, tomar todos los días un café en calle, por ejemplo,
no es un derecho humano inalienable, como tampoco lo es disponer de
piso a los 19 años. Al menos, no aquí (Planeta Tierra) y ahora
(primavera de 2007).
(Continúa)