Alberto Moyano
De la mano de Fangoria, los setenta vuelven a Donostia. El efecto
sensorround que acompañaba la proyección de aquellas películas de
catástrofe, tipo ‘Terremoto’ y ‘Aeropuerto no sé cuantos’ resucitó
anoche en el Teatro Victoria Eugenia, de la mano de la plataforma
bailonga instalada sobre el patio de butacas.
El incidente, sin mayor importancia a pesar de que pudo desembocar en
un holocausto gay sin precedentes en el territorio, dio al traste con
los últimos quince minutos de concierto. No está claro si la plataforma
contagió el tembleque al público o fue al revés, pero quienes lo vieron
dicen que allí no había quien parara. La devolución del importe de las
entradas pone punto final al asunto.
No así en el caso de Carlinhos Brown y Patti Smith, cuyos conciertos
amenazan con caerse de la programación, a falta de realizar nuevas
pruebas en el teatro. Que no cunda la alarma, dicen las autoridades
municipales. En rigor, el problema no estuvo en la plataforma, que
aguantó como una campeona, sino en los soportes –llamados
‘durmientes’–, de superficie lo suficientemente reducida como para
hundirse como un clavo en la tarima. Si las leyes de la física no
mienten, bastaría con ampliar la superficie de los ‘durmientes’, de
forma que el peso del respetable quede más repartido, para resolver el
asuntillo.
De todas formas, y a la vista de las fotos del despejado patio de
butacas del Teatro Arriaga que ayer y hoy publica la prensa bilbaína,
¿no hubiera sido más fácil instalar un sistema de butacas de quita y
pon o algo así?