Alberto Moyano
Mariano Rajoy se comportó como un auténtico estadista durante su comparecencia en el programa de TVE1 ‘Tengo una pregunta para usted’ por cuanto no mintió más de lo necesario y cuando lo hizo fue en los grandes temas y con una convicción extraordinaria. Vaya por delante que si el PP fuera un partido serio, Rajoy sería cesado esta misma mañana al demostrarse que no comparte la estrategia de la formación que encabeza.
El líder del PP, que transmite la sensación de ser conservador porque cualquier otra opción le produce una infinita pereza, se manejó con soltura, afabilidad y campechanía en sus intervenciones frente a los ciudadanos seleccionados para participar en el programa. El problema es que la praxis del Partido Popular resulta indefendible. Así, Rajoy se hizo el loco cuando le preguntaron sobre las dudas que al parecer anidan en su partido en torno a la autoría del 11-M, sobre posibles actitudes homófobas en su formación -olvidando quién llevó a Aquilino Polaino a sede parlamentaria para que explicara cómo se ‘cura’ la homosexualidad- y sobre el disparatado impulso político a la invasión de Irak.
Rajoy dijo también que el estado nunca ha cedido al chantaje terrorista, como si a su compañero Javier Rupérez lo hubieran liberado los GEO, y que los sucesivos gobiernos siempren han pactado con el principal partido de la oposición la política antiterrorista, lo que explicaría por qué desde sus filas jamás se formuló pregunta alguna en el Parlamento durante los años en los que actuó el GAL.
Será, sin embargo, el asunto de su sueldo el que acapare los análisis post-programa, igual que lo fue el precio del café en el caso de Zapatero. Preguntado por una viuda que cobra 300 euros al mes de pensión sobre cuál es su sueldo, Rajoy reaccionó primero con un “¿eh?” -en plan ‘¿me puede repetir la pregunta?’- para, a continuación, largar un breve discurso sobre cuánto le gustaría que todos ganásemos más.
Eso sí, cuando no se supo alguna respuesta, lo admitió sin problemas, actitud que hubiera reforzado su credibilidad, de no haberse visto obligado, una vez más, a defender la sinceridad de Acebes en marzo de 2004.