Alberto Moyano

«La sidra es una droga» fue la principal conclusión que arrojó anoche
el debate que ‘la ciudad se mueve’ dedicó en Teledonosti a los actos
vandálicos que los vecinos de Hernani y Astigarraga han sufrido en la
temporada sidrera. Un par de concejales de estas dos localidades –cuyos
alcaldes prefirieron no asistir al encuentro–, el responsable de
Askagintza Txus Congil, un sidrero y el representante de los hosteleros
guipuzcoanos intentaron hacer luz en el caos.
Al parecer, «la cultura de la sidra» es un término que se ha ampliado
en los últimos años hasta el punto de incluir a día de hoy el traslado
en autobús de grupos de dipsómanos o la micción repetitiva contra la
pared del frontón local. Los vecinos denuncian el espectáculo padecido,
la bronca acústica de madrugada, así como el destrozo sistemático del
mobiliario urbano, y apuntan a quienes a su juicio deberían ser los
responsables subsidiarios: sidreros y hosteleros. Éstos replican: «¿Yo?
¿De qué?»
Es más, tal y como dijo el sidrero presente en el programa: «¿En dónde
se puede conocer a tanta gente maja y con tanto humor como en una
sidrería?». Afortunadamente, fue una exageración. La alta concentración
de cuadros de la radiotelevisión pública vasca y de directos de entidad
de ahorros lo desmienten rotundamente.
La charla giró y giró sobre sí misma, con invocaciones al civismo, a la
borrachera aseada y al lucero del alba, pero la insinuación que mayor
consenso concitó es que las sidrerías caminan desde hace tiempo y con
paso firme hacia la autoparodia. Quedó claro que si por un casual
hubiera que atajar el problema, los candidatos políticos prefirirían no
ser ellos quienes tuvieran que hacerlo.