Alberto Moyano
Esta Semana Grande, tan anodina como cualquier otra, sólo será
recordada por la multitudinaria duda en torno a qué sucedió con José
Tomás. Contratado para torear el pasado jueves en la plaza de Ilumbe,
el resucitado matador lidió dos toros, saldándose el tema con una oreja
y gran bronca del público al presidente en el primero, y dos orejas en
el segundo.
Las impagables tertulias taurinas retransmitidas a diario por
Teledonosti se cerraron ayer con la comparecencia del presidente de la
plaza, Francisco Tuduri, en una sesión catársica que sacó a la luz una
conspiración. Así, según su versión, una horda de pijos acompaña a José
Tomás de plaza en plaza y en avión privado para propiciar un adecuado
clima en favor del protegido. Esta relectura del mito del artista
muerto-de-hambre y los señoritos-explotadores se actualiza a los
tiempos del móvil de octava generación. Las conspiración contra Tuduri
incluiría –según su propia denuncia– la injustificable demora de los
mulilleros para alargar así el tormento del presidente bajo la
inclemente bronca del respetable, azuzado por los ‘hoolingas tomaseros’
infiltrados en la plaza. «Y eso que son de mi pueblo», decía Tuduri,
refiriéndose a los encargados de evacuar del ruedo el cadáver del toro.
El presidente se agarró al dudoso argumento del «criterio único» para
justificar que no se dé a un torero lo que se le niega a otro, pero
dimitió de cualquier responsabilidad cuando reconoció que José Tomás
tampoco se había merecido la segunda oreja en su segundo toro y, sin
embargo, se la concedió ante la sospecha de que ahí radicaba su única
posibilidad de salir por su propio pie de la plaza.