Alberto Moyano

La DYA debe ser el único organismo del mundo que para fomentar el
voluntariado propone como ejemplo a dos tipos que acabaron abatidos a
tiros. Poco más en común tienen el Che Guevara y Gandhi, quienes
ataviados con el chaleco de la DYA, aparecen estos días en anuncios de
prensa y marquesina bajo la leyenda: «Todos los que hicieron algo en
esta vida, lo hicieron de forma voluntaria».
La campaña publicitaria, todo un éxito si tenemos en cuenta factores
como atención y repercusión, resulta además extraordinariamente
contemporánea ya que se basa en la sustitución del objeto por su icono.
En este caso, los objetos falsificados son el guerrillero argentino y
el nacionalista indio, por mucho que la ignorancia general los haya
convertido en dos marcianos desprovistos de ideología. Alguien podría
decir que ambos comparten también su lucha contra la injusticia, pero
el concepto resulta lo suficientemente difuso como para que millones de
personas pudieran también incluir bajo esta categoría a sujetos como
Osama Bin Laden.
La sobrexposición es sólo otra forma de ocultación. A base de
reclamarlos para las más diversas causas –a veces completamente ajenas
a las que en vida defendieron, a veces incluso contrarias– las figuras
del Che y de Gandhi han terminado por no significar nada.
Así, cuenta la periodista Jan Morris que en una ocasión recogió en su
coche a un joven que hacía autostop y que llevaba una camiseta con la
famosa foto del Che. Como quien no quiere la cosa y para romper el
hielo, Morris, que años atrás había entrevistado en La Habana a Ernesto
Guevara, le dijo al joven: «Seguro que es la primera vez que estás con
alguien que conoció al Che en persona», a lo que el joven replicó: «¿El
Che? ¿Quién es el Che?»