Alberto Moyano
Los cuatro millones pasados de personas que vieron anoche ‘Tengo una
pregunta para usted’ desmienten una vez más esa teoría que actualiza el
«haga como yo: no se meta en política» de Franco y que predica que a
los ciudadanos no les interesan las grandes cuestiones políticas, sino
tan sólo el precio del pan y las hipotecas.
El programa abrió fuego con un Gaspar Llamazares correcto, didáctico y
definitivamente plano que pidió más dinero y más ayudas para todo y
para todos. A continuación, Duran i Lleida se hizo con el plató a base
de exhibir esas exquisitas maneras de ‘hombre de honor’ que le permiten
mantener relaciones cordiales con unos y con otros. El diputado de CiU
sólo bordó la crispación cuando se enfrascó en una discusión con una
mujer ataviada con la famosa hiyab y que defendía el derecho de sus
hijas –de nacionalidad española– a llevar el velo islámico sin sufrir
discriminaciones. Ahí, Duran defendió primero la superioridad de la
cultura occidental sobre la musulmana, rectificó después al decir que
ninguna era mejor que la otra, y acabó por pedir que el uso de la
prenda fuera voluntario, lo cual es como no decir nada.
Sin embargo, el protagonista de la noche fue Josep Lluis Carod Rovira.
Entre los ciudadanos preguntadores los hubo que se dirigieron a él como
José Luis –cuando ni a Llamazares le habían llamado Gaspar, ni a Duran
i Lleida, Antoni–, le preguntaron por qué había pactado con ETA que no
matara en Cataluña, le espetaron un «a mí el catalán no me interesa
para nada» y le situaron ante la tesitura de qué haría el Barça si se
le excluyera de la Liga española, argumento este último de un patetismo
conmovedor, se mire como se mire. También le reprocharon que hiciera
alarde de catalanismo «habiendo nacido en Aragón, siendo hijo de
guardia civil y apellidándose Pérez». El líder republicano desmintió
los tres datos y su interlocutora echó la culpa del desajuste a
internet.
Lógicamente, en las tertulias matutinas de hoy todos coincidían en que
Carod –al fin y al cabo, sustituto de Arzalluz en el imaginario
colectivo español– había estado muy agresivo. En realidad, el hombre
comenzó cómodo, continuó desdoñoso y terminó exhibiendo tal
superioridad dialéctica sobre sus interlocutores que alguien podría
sospechar que éstos trabajaban para el enemigo.