Las condiciones impuestas para realizar cada entrevista eran dos: nada de tocarle, nada de preguntas personales. Dado el personaje y susprestaciones, esto reducía al límite las posibilidades que obtener declaraciones interesantes, aunque, a la vez, abría las puertas a que fueran inéditas.

Paris Hilton llegó ayer a Madrid para promocionar una red social en internet, un medio en el que la ex heredera ha dejado instantes para el recuerdo, tal que un vídeo en el que aparecía fregando reconcentrada la carrocería de un coche, amén de otras grabaciones consagradas al coito en sus diversas variantes.

Sin embargo, la ronda de entrevistas no pasó de la primera. En el momento en el que el primer periodista acreditado sacó de su bolsillo un preservativo, ésa y todas las charlas programadas a continuación quedaron suspendidas, bien porque la joven star malinterpretó el gesto, bien porque no era de sabores. No habrá testimonio audiovisual del momento ya que los guardaespaldas se aseguraron de que los técnicos borraran la grabación.

No obstante, su flexibilidad quedó demostrada cuando el encuentro con los medios se retomó ya por la tarde, esta vez, en formato rueda de prensa. Allí, Paris fue ella misma: elogió a Obama y le pidió que bajara los impuestos -justo lo contrario de lo que anunció que haría durante su campaña-, especuló sobre sus hipotéticas vocaciones en el caso de no haber nacido millonaria y, bajo una melena abrasada por el tinte, se proclamó “prueba viviente” de que las rubias no son tontas.

Y si bien su condición de rubia es cuestionable, no lo es la de tonta. Semejante cuenta corriente reduce el coeficiente intelectual a un ornamento irrelevante. De hecho, anunció que sus sueños pasan por crear su propio imperio económico. Ya está en ello y no hay duda de que lo conseguirá, al menos, mientras su eventual presencia en una red social no sólo no provoque la inmediata espantada general de los cibernautas.