Asombroso: en apenas unos siglos, los vascos hemos pasado de surtir de marinos la flota de la Corona española a suministrar ministros al Gobierno de la nación. Y siempre en los puestos más sacrificados, llegando incluso al punto de aportar marido para una de las infantas.
Hoy es el día en el que los donostiarras elucubramos en torno a la improbabilidad estadística de colar a dos de nuestros vecinos en un mismo ejecutivo. Y sin embargo, ahí están Cristina Garmendia y Ángel Gabilondo. La primera, una hija de Bataplán que llegó a lo más alto con el Tambor de Oro ya incorporado, y el segundo, un ejemplar de lo mejor que puede llegar a ofrecer la ciudad.
En lo que respecta a Garmendia, no es que salga exactamente reforzada tras un año de gestión, aunque se mantiene como ministra, que no es poco. Sus combates a protón limpio con el titular de Industria y la ingobernabilidad en la práctica de su negociado -del que pierde ahora las universidades- le han impedido brillar como de ella se espera.
No importa. Los dos acuden al rescate de un Gobierno que empieza a oler a desahucio por impago, listos para luchar, no sólo contra la flota enemiga, sino también contra los elementos. Ya lo advierte el escudo local: “Por fidelidad, nobleza y lealtad”. En caso necesario, inmolarán sus carreras en el altar de ZP.
Por lo demás, dicen que la comunidad internáutica se ha tomado como algo personal el nombramiento de Ángeles González-Sinde como nueva ministra de Cultura. encargada de combatir las descargas ilegales de cine español. En realidad, su gestión ya se podrá considerar un éxito en materia cinematográfica si consigue que éstas se produzcan.