La crisis se está llevando por delante numerosos productos de lujo, entre ellos, el debate de alto standing en torno a los modelos turísticos. Gipuzkoa y, en concreto, Donostia, que en su día ya amagaron con abordar la cuestión, no son ajenas al fenómeno.
Recapitulemos: al hilo del crecimiento desaforado del número de visitantes a la ciudad y, en menor medida, al resto de la provincia, la prensa se hacía eco del debate que suscitaba la visión de un paseo de La Concha sepultado bajo la muchedumbre que, en mangas de camisa y gafas de sol al frente, lo recorría arriba y abajo.
En aquel tiempo, las retenciones kilométricas de ‘catapintxos’ en la Fermín Calbetón y otras calles del montón servían para ilustrar profundas reflexiones, del tipo “hay que apostar por el turismo de calidad” o “debemos consolidar una oferta alternativa al de ‘sol y playa'”. En este punto, como en tantos otros, éramos deudores de una Barcelona que
ya se echaba a temblar cada vez que decidía asomarse a sus propias Ramblas.
Envuelto en diferentes circunloquios y perifrasis, el debate giraba básicamente en torno a las fórmulas disponibles de ahuyentar al llamado turismo mochilero sin parecer excesivamente clasistas, siempre con la mente puesta en los perniciosos casos de colapso turístico por saturación, leáse Venecia y Praga.
Ahora, en plena recesión económica, la situación ha cambiado y con ella, los términos del debate. Toca enviar a la escombrera conceptos tan chic e inoperantes como ‘turismo cultural’ e incluso relativizar otros, tipo ‘ruido nocturno’.
Las ofertas, que permiten salvar temporadas con rebajas de hasta el 30% en el precio del alojamiento, permiten ponderar la magnitud del desastre, la profundidad de nuestras necesidades y los márgenes de beneficio manejados en otras -aunque recientes- épocas.
En lo que respecta a San Sebastián, el difícil momento le pilla en plena consolidación de un modelo levantado a base de playa y lluvia, noche y desértica o museo y en obras, circunstancias que en absoluto reducen su atractivo: al contrario, lo multiplican por lo que tiene de fenómeno insólito y, por qué no decirlo, casi exclusivo.
Y en caso de alcanzar la zona cero en materia de liquidez, nuestros visitantes saben que les queda la opción de disfrazarse de niños e irse a dormir al Aquarium, siempre que la visión de los dos tiburones no les perturbe el sueño por su potencial evocador de la crisis financiera y sus causantes.