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Alberto Moyano

El jukebox

Cocineros Top: queda tanto por hacer

La elección de cuatro restaurantes vascos en la lista de los cien mejores del mundo, según votación de críticos y cocineros organizada por la revista británica ‘Restaurant’, revela la enorme pujanza de la gastronomía vasca, sí, pero también el descomunal campo de actuación que aún queda por delante.

Al fin y al cabo, resulta inaudito que haya otros 96 -95 si excluimos el Biko mexicano de Bruno Oteiza y Mikel Alonso- grandes establecimientos no vascos en un sitio tan pequeño como el mundo.

Si la lista -occidentalista ad nauseam- constituye un galardón, habrá que convenir en que es de la variedad leproso-contagioso porque, como se dice en estos casos, premia también “de alguna forma” a las respectivas clientelas.

De hecho, el País Vasco arrasará el día en el que se confeccione una lista, no de los mejores cocineros, sino de los mejores gourmets, gourmandso, simplemente, tragaplatos. Tan sólo habrá que poner en relación, no el número de estrellas Michelin por habitante, sino el gasto en cuchipandas de la población local, teniendo en cuenta el PIB.

En ningún lugar como en éste en el que habitamos todo empieza y termina en torno al mantel de un restaurante, siendo el motivo en cuestión un mero ornamento que suele dejarse en manos de los más imaginativos: desde almuerzos de trabajo a despedidas de soltero, desde bodas y comuniones hasta cenas de ex alumnos, desde citas a ciegas hasta negociaciones políticas.

Todo ello salpicado por un calendario fritanga e intensivo a base de día de la alubia, semana de la chuleta, y mes de la piparra, y congresos de moda y gastronomía, conocimiento y gastronomía, sociedad y gastronomía, fútbol y gastronomía, sexo y gastronomía o autoayuda y gastronomía.

En lo que a los cocineros vascos de la lista británica respecta,  un par de declaraciones chirrian: “Si nuestro restaurante sigue en la cima es gracias a mi hija Elena”, decía ayer Arzak, sin percatarse de que su presencia -y no la de su hija- en los festejos desmentían la  frase.

Martin Berasategui -conocido ayer como el 33- se mostraba por su parte indignado y se preguntaba en voz alta “¿cómo pueden los cocineros elegir los mejores restaurantes del mundo?”. La cuestión, sin duda, es pertinente pero queda la duda de si no hubiera mostrado su orgullo y revalorizado el galardón con el argumento de que procede de los colegas, de haber salido mejor parado.


abril 2009
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