La principal característica que define la Navidad, acotando en el su inicio y final, es la tendencia natural a soltar insensateces que nos suele invadir, antes incluso de haber probado la primera gota. Esto es algo que no sucede en otras citas del apoteosis alcohólico-gastronómico, como la Tamborrada o la Semana Grande. 

Teniendo en cuenta las dificultades que presenta hurgar en lo más oculto de los corazones ajenos, ir desperdigando por ahí alegremente frases del tipo “que se cumplan todos tus deseos” constituye una temeridad. La experiencia -esa maestra infatigable y severa-, dicta que tarde o temprano acabarás topándote con alguien que anhela a tu pareja, que aspira a tu puesto de trabajo o que envidia tu casa.

También “salud, dinero y amor” entraña sus riesgos en el improbable caso de que alguien se lo tomara en serio. Además de a la quiebra de la seguridad social, la frase invita a la subversión del orden constitucional y devolvería el nerviosismo a los mercados de una forma que sólo el popular “próspero año nuevo” lograría superar.

Cada vez que alguien que alguien te desea “feliz navidad” te está recordando, no siempre de forma inconsciente, las tareas aún pendientes que arrastra tu correspondiente cuota de desdichas.

Y en este mismo orden, aunque de raigambre no estrictamente navideña, la frase “lucha por alcanzar tus sueños” constituye un sortilegio maldito. Luchar por cumplir mis sueños sería una forma cruel de traicionarlos y una violación de mi naturaleza conformista. Por otra parte, el día sólo tiene veinticuatro horas, buena parte de las cuales he de dedicarlas en cuerpo y alma a evitar que mis pesadillas den finalmente conmigo.

Por fortuna, los buenos deseos nunca se cumplen. En un mundo rebosante de felicidad, no quedaría lugar para los pequeños placeres. Por cierto, esta noche he soñado que prohibían comer pintxos en los bares para fumadores. Estoy por bajar a comprobarlo, aunque sólo sea para quedarme tranquilo.