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Alberto Moyano

El jukebox

Smoke On The Water (o sea, vete a fumar al baño)

“Los nazis llevaron a cabo la campaña antitabaco más agresiva de la historia moderna. Los carteles de ‘Prohibido fumar’, que por entonces aún no formaban parte del paisaje cotidiano, proliferaron de inmediato en todos los edificios públicos, especialmente, en las salas de espera, dado que se había intuido ya el riesgo del tabaquismo pasivo”.


Se comprende a la perfección que los no fumadores no permitan que se les intoxique con el humo ajeno, tal y como ya les sucedió a Hitler, Franco y Mussolini, cuyas respectivas propagandas no cesaban de recordar que Churchill y Stalin eran notorios consumidores de tabaco. No obstante, conviene no engañar: la nueva ley anti-tabaco no es la consecuencia del incumplimiento de la anterior, sino el resultado de su estricta aplicación.


Los nuevos santurrones adoran las prohibiciones, pero intentan por todos los medios promulgarlas con el aplauso de los propios proscritos. Su doctrina de raigambre blandengue aspira a que sus deseos sean interpretados como órdenes porque así les evita el engorro de dictarlas personalmente, con el consiguiente deterioro que acarrea para la imagen que albergan de sí mismos.


La anterior normativa sobre el tabaco delegaba en cada uno de los establecimientos hosteleros la facultad de elegir si se permitía o no fumar en su interior y como la respuesta mayoritaria no fue del agrado del legislador, ahora llega la mano dura, disfrazada de “esta vez vamos en serio”.


“Se puede atribuir a la medicina del Tercer Reich el mérito de haber sido la primera en demostrar de manera fehaciente la existencia de una vinculación entre el tabaquismo y el cáncer del pulmón gracias a los estudios de Franz H. Müller (1939) y de Erich Schöniger y Eberhard Schairer (1943). Los resultados obtenidos por estos investigadores encajaban óptimamente en la concepción nazi de la salud pública, centrada en las virtudes de la comunión con la naturaleza, los beneficios del deporte y la medicina natural, y el rechazo de estimulantes y estupefacientes como el alcohol”.


La nueva ley llega de la mano de los nuevos heraldos de la pureza, algunos de los cuales, no vacilan en enarbolar frases desasosegantes: “En poco tiempo se verá como algo natural”, augura la directora de Drogodependencias del Gobierno Vasco, reconociendo de forma implícita que en todo esto hay algo artificial. Por ahora, hay suerte: seremos perseguidos en cuanto fumadores, pero aún no es obligatorio adscribirse a “la comunión con la naturaleza, los beneficios del deporte y la medicina natural, y el rechazo de estimulantes y estupefacientes como el alcohol”. Todo llegará en su momento, probablemente, junto a la batería de sanciones que castigará la pornografía o la obesidad.


“Los peligros del tabaco también armonizaban con la idea romántica de que los seres humanos habían sido contaminados por la moderna civilización industrial (…). Los peligros recién descubiertos del tabaquismo adquirieron dimensiones ideológicamente dramáticas en cuanto amenaza a la mismísima sustancia racial aria de los alemanes, muy en la línea del ansia de pureza de la cosmovisión nazi, siempre obsesionada por limpiar al pueblo de los elementos perniciosos que pudieran corromperlo”.


En la actual campaña anti-tabaco, no fumar no es suficiente: hay que evitar su evocación. Así, en los cómics, Lucky Lucke luce una brizna de hierba donde siempre llevó un pitillo, en el cine este nefando vicio se reserva a los personajes malvados que aspiran a destruir el mundo y en materia de representación artística simplemente el cigarrillo ha desaparecido por temor a que su mera contemplación provoque un contagioso ataque de tos entre los ilustres visitantes a museos y galerías.


“La preocupación por los peligros del tabaco en los jóvenes llevó a extremos grotescos. Así en 1945 a Himmler le preocupaba desmedidamente la salud de los adolescente y niños a los que el Reich estaba a punto de arrojar sin escrúpulos a la guerra como carne de cañón, y llegó a sugerir ‘que se lleve a cabo una vigilancia inteligente para que los reclutas se mantengan no fumadores'”.


Lo mejor de la nueva ley anti-tabaco son, sin duda, su aspectos involuntariamente cómicos. Así, es tal su carácter invasivo que no hay reportaje de cuantos se publican estos días que no llegue al estrambote de aclarar que el fumador podrá fumar en su propia casa si así lo desea, que no se podrá fumar en el segundo piso descubierto de los autobuses turísticos cuyos tubos de escape expulsarán cantidades de monóxido de carbono infinitamente más letales, que sí se podrá fumar en las cubiertas de los barcos, incluidos los aledaños de sus chimeneas, que también se podrá hacerlo en las zonas habilitadas de los psiquiátricos de larga estancia o que quien vea a alguien fumar donde no debe, y sepa el nombre y los apellidos del infractor, podrá denunciarlo de forma anónima.


“El propio Hitler, vegetariano y abstemio, sentía una horrible aversión por el tabaco y no permitía absolutamente a nadie fumar en su presencia, ni siquiera a Martin Borman o Eva Braun (…) Sin embargo, en los últimos días de delirante supervivencia en el búnker de la Cancillería asediada por las tropas rusas, los pocos que todavía acompañaban al Führer, Eva Braun incluida, fumaron sin recato en su presencia. Hitler ya no tenía nada que objetar”.


Nuestros mejores legisladores, incluidos los impulsores de la nueva ley, son -como no podía ser menos- antiguos fumadores confesos. Como buenos conversos, apenas pueden disimular su regocijo ante la perspectiva de aplicar severos castigos a los díscolos. No obstante, el mayor peligro no estriba en las coacciones legales que impedirán consumir aquí o allí un producto legal, sino en que éstas acaben llenando el mundo de ex fumadores, esos seres mutantes tan verdaderamente tóxicos.


* Los párrafos en cursiva pertenecen al ‘Diccionario crítico de mitos y símbolos del nazismo’, de Rosa Sala Rose, (Ed. El Acantilado, 2003)


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