El mundo está llena de personas muchísimo más inteligentes que uno mismo. Lejos de ser un motivo de desánimo, esta constatación está en el origen de una de las palabras más bellas de cuantas se han inventado en todos los idiomas conocidos: “No”.

Pronunciada en el momento preciso, nos hubiera permitido a las generaciones venideras folgar por los siglos en el paraíso perdido. Sin embargo, el “sí” de Eva seguido del “Why not?” de Adán a la propuesta de un frutero disfrazado de serpiente dieron con nuestros huesos en este barrizal.

A diferencia del “sí”, que generalmente pone punto final a nuestra participación activa para convertirnos en meros participantes a una visita guiada, el “no” abre la puerta a múltiples relatos. La negativa no sólo nos blinda, sino que nos hace libres. El asentimiento, así sea por omisión, desemboca siempre en algún compromiso con la usura.

Especializados en mil y una técnicas de marketing basadas en el acoso telefónico y derribo moral de la víctima, ejércitos de vendedores te llaman durante las veinticinco horas del día para ofrecerte descuentos que no has pedido, premios a los que no optabas, ‘masters class on line’ de inglés para principiantes (¿?) y bandas aún más anchas para tu insaciable ordenador.

Así, ruego encarecidamente que al menos durante 2011 se abstengan de proponerme ahorros al crédito más alto, ofertas irresistibles, oportunidades únicas o inmerecidos descuentos que van más allá del cortoplacismo, ésa sí, mi auténtica y única habilidad financiera. Lo único que lamento cada vez que un televendedor llama a casa es no poder echarle el humo del cigarrillo en la cara.

Es indispensable saber decir que “no” y a continuación decirlo, aunque para no parecer excesivamente lacónico, cabe arropar el monosílabo con muletillas de autorrefuerzo, como “ni pa’ dios”, “en la p… vida” o “por encima de mi cadáver, o mejor aún, del tuyo”. Cada vez que una gran cadena me susurra al oído eso de “yo no soy tonto” pierde un cliente potencial porque yo sí que lo soy. Lo sé porque me he visto hacerlo.