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Alberto Moyano

El jukebox

Detrás de todo gran tiroteo siempre hay una gran nada

Los locos ya no quieren ser Napoleón: han redimensionado sus delirios a estos tiempos de crisis y ya se conforman tan sólo con acribillarlo a balazos. Con tan sólo veintidós años, Jared Lee, Loughner, el presunto autor del tiroteo de Arizona, tenía ya suficiente edad como para estar matando afganos amparado por el uniforme de camuflaje, en lugar de dedicarse a abatir congresistas desde la más absoluta de las intemperies ideológicas.


Por de pronto, todo apunta a que la acción de Loughner se inscribe en lo más profundo de la tradición criminal made in USA -país que también inventó el coche-bomba-, es decir, se trata de otro individuo algo confuso y muy furioso. 


De Charles Manson sabemos que le gustaban los Beatles; del que disparó a Reagan, que se habían enamorado de Jodie Foster en ‘Taxi Driver’; del que mató a Lennon, que adoraba a Salinger; y de quienes perpetraron la escabechina de Columbine, que vibraban con Marilyn Manson. Esta retahíla se repite como si explicara por sí misma sus comportamientos. En cuanto a los que perpetran masacres en McDonald’s, nadie se ha atrevido a indagar en sus gustos culturales, no fuera ser que los tuvieran parecidos a los gastronómicos.


Loughner prefería ‘Alicia en el País de las Maravillas’, ‘Alguien voló sobre el nido del cuco’, el ‘Manifiesto Comunista’ y el ‘Mein Kampf’, obras firmadas no todas ellas por grandes locos. A estas horas, cientos de psicólogos estarán ya husmeando en sus páginas en busca de rastros patológicos que anuncien, siquiera retrospectivamente, las intenciones criminales del muchacho. Si lo encuentran, el título se convertirá mañana en el nuevo best-seller. 


Por lo demás, los perturbados tienden a no dar ya mucho de sí. La mezcla de medievo y milenarismo constituye el signo de los tiempos. Lo mismo toca discutir sobre un programa nuclear con unos clérigos que equiparan la desintegración del átomo con la bondad redentora de la lapidación, que te topas en un mitin con la reencarnación de un pionero del ‘Mayflower’ armado con una repetidora dotada de visor nocturno.


En la vieja Europa, el joven Loughner se hubiera tenido que conformar con vomitar sus cibereructos en las ediciones digitales de los periódicos ‘on line’, pero el cóctel de prensa en decadencia y acceso a armas semiautomáticas modifica las reglas del desenfreno.


Aunque Loughner haya leído mucho, es probable que no tenga gran cosa que contar. Si finalmente estamos ante otro vacuo, no importará demasiado: el sistema echará el resto para que, una vez más, la nada parezca algo.


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