Entre el amplio abanico de dos opciones que se barajaban para entregarle a Xabi Alonso el Tambor de Oro en el día en el que tiene que jugar el partido del siglo de cada semana, el de la vídeo-conferencia parecía, en principio y con todas las reservas, el más estimulante.

Adelantar el solemne acto al día 19 se ajusta en efecto al reglamento, pero tiene un cierto aroma a “los reyes son los padres”, aunque por otra parte, desnaturaliza la fiesta, lo cual también resulta siempre positivo.

Sin embargo, la retransmisión en riguroso directo por vídeoconferencia resultaba la mar de jatorra dos-punto-cero. No hay que engañarse: la tecnología nos hace mejores. La gente no suele disfrutar en las bodas tanto como a parenta en el vídeo de los novios, ni visita tantos lugares en vacaciones como luego refleja el álbum de fotos. Nuestro mejor perfil es el de Facebook, nuestra mejor explicación es en
power-point, nuestro avatar es mucho mejor persona que nosotros y
nuestra imagen virtual, mucho más telegénica, incluso –o sobre
todo–cuando está pixelizada.

De igual forma, la vídeoconferencia nos hace más humanos y nos permite transmitir una calidez en el trato directo que difícilmente podríamos alcanzar en persona, no digamos ya el frigorífico ‘no frost’ que responde al nombre de Xabi Alonso.

Tal y como ya adelantó la concejala de Hamaikabat, Alonso «estará ahí de una forma u otra». Y si no está aquí, pues estará allí y si no es en el Ayuntamiento, será en todos nuestros corazones; si no es el 20, pues que sea el 19 y si no es Xabi , pues que sea Fernando, que también es muy bueno.

Ejercer el duro oficio de donostiarra resulta una tarea cada día más exigente que reclama todo nuestro tiempo y protagoniza cada uno de nuestros desvelos. Solventados los grandes problemas que acechaban nuestra existencia -ayer, los toldos de la playa, hoy, la iluminación navideña, mañana, el Tambor de Xabi Alonso-, ya estamos listos para afrontar la próxima amenaza que, a buen seguro, nos aguarda a la vuelta de la esquina. Pues que pase.