Precisamente ahora que hasta el propio Papa Benedicto XVI se siente obligado a reconocer implícitamente la superioridad del purgatorio -todo “un fuego interior”-, frente al cielo y al infierno -apenas dos difusos estados de ánimo-, un ex banquero irrumpe en el ámbito teológico para anunciar una buena nueva que ya intuíamos: el paraíso existe, es fiscal y está al alcance de un vuelo de bajo coste con destino al Caribe.

La política hace extraños compañeros de cama, pero Wikileaks consagra la cita a ciegas como fórmula infalible para el sexo casual. El último emparejamiento de Julian Assange es Rudolf M. Elmer, antiguo responsable de las operaciones del banco suizo Jullius Baer en las Islas Caimán, un cargo cuya denominación tan poco ambigua que hace sospechar incluso de su propia existencia.

Aún falta todo por saber, pero como el show debe continuar, la supuesta entrega de los dos discos informáticos con los datos de 2.000 cuentas secretas se hizo en el transcurso de una rueda de prensa celebrada en el Front Club de Londres. Y aunque las explosivas revelaciones no se concretarán hasta dentro de dos semanas, el tráiler de la película es decepcionante.

Resultará muy complicado seguir sosteniendo que la clase política europea está corrompida hasta el tuétano si las filtraciones procedentes de la suma de tres bancos suizos arroja como único resultado la escuálida cifra de cuarenta políticos implicados, muy por debajo nuestras expectativas, a falta de conocer cargos y rangos.

La noticia no sería que cuarenta políticos practiquen la evasión fiscal, sino que tan sólo un porcentaje anecdótico de altos servidores públicos se haya entregado a semejante actividad. El dato invita a sospechar que Elmer fue despedido a causa de la deficitaria actividad que desarrollaba su departamento y de su palmaria incompetencia a la hora de captar nuevas carteras de clientes.

Y quiera el cielo que entre los delatados no figure ningún cabeza de lista español. Puede que en otros países esto suponga una mácula imborrable capaz de cortar de cuajo cualquier carrera política, pero al menos en España -en donde la mitad más uno del censo electoral daría su brazo derecho por ver incluido su nombre aunque sólo fueran en calidad de sospechoso-, la aparición en tan selecta lista garantizaría al afortunado al menos tres mayorías absolutas consecutivas, sin necesidad siquiera de alegar su militancia en una afortunada peña quinielística de las Islas Caimán.