“Señor alcalde, señores y señoras concejales, autoridades comptetentes, también las otras y devoto público asistente en general:
En estos tiempos en los que ya casi nadie es proETA en su tierra, constituye para mí todo un honor recibir este Tambor de Oro y Brillantes -perdón, me dicen que de oro a secas- como reconocimiento a mi incansable labor en pro de la ciudad.
Como sucede en el caso de todos los acaudalados donostiarras que me precedieron en el galardón, sería interminable la enumeración de mis logros en este terreno, pero me han dicho que no se puede fumar, así que seré breve.
Para empezar, siempre que me preguntan mi lugar de nacimiento, respondo que San Sebastián, una agotadora tarea por la que no percibo un duro, a diferencia de Nadal, que cobra un millón de euros anuales a cargo del Gobierno balear por realizar idéntico esfuerzo respecto a Manacor.
Durante mi triunfal carrera profesional, que me ha permitido amasar una enorme fortuna, siempre he llevado a nuestra querida Donostia en el corazón, órgano del que, por otra parte, todos mis empleados y buena parte de mis amigos dirán que carezco. Un infundio sin base alguna y del que no hay prueba judicial alguna.
Es más: si me pinchan en el brazo, sangro en blanquiazul, aunque también soy capaz de hacerlo en otros cinco colores, de acuerdo con los precios establecidos en tarifa. Realista de pro, vestí la camiseta del descenso, la del ascenso y cuando todos estábais en el Molinón para celebrar la primera Liga de la Real, yo fui de los que se desplazó hasta Valladolid, para increpar en directo y desde la grada a los jugadores ‘merengues’, al fin y al cabo, otra forma de apoyar aquel histórico triunfo realista.
No ha habido visita a EuroDisney en la que no haya hablado largo y tendido sobre el parque de atracciones de Igeldo, ni restaurante cinco estrellas del que no haya salido echando pestes al grito de “como en Donostia no se zampa en ninguna parte, me niego a pagar este forraje inmundo”, ni paisaje sobrecogedor al que no haya referido con desdén mediante un “está bien, pero prefiero La Concha”.
En estos momentos tan especiales para mí, quiero tener un recuerdo de mi
ama, que estará en casa sola dado que la señora que le cuida la ha
abandonado momentáneamente para salir de aguadora en la tamborrada de
los Latin Kings, y de mi aita, un donostiarra hasta las cachas que murió
creyendo que ‘Katiuska’ era una bota para los días de lluvia y
‘Retreta’ el lugar en el que miccionan las mujeres. Ellos me hicieron
como soy, quiero decir que toda la culpa es suya.
Sé que estamos en un momento difícil, en el que la crisis económica aprieta, pero quizás yo sea el menos indicado para referirme a todo esto. Por un lado, confieso en mi caso no se está notando lo más mínimo. Baste decir que ayer cené las angulas y hoy tengo intención de repetir. Por otro, siempre me he opuesto a politizar las fiestas.
No obstante, sí quiero aprovechar la ocasión que tan amablemente me brindan para enviar un cariñoso abrazo a los sectores de nuestra sociedad que peor lo están pasando y a los más desfavorecidos en general: los jugadores de Primera División, obligados a disputar hasta dos partidos del siglo a la semana; los cineastas españoles, acostumbrados ya a recaudar miserias en taquilla; y por último, los controladores aéreos, sin los cuales -y creo que es justo reconocerlo- hoy yo no estaría aquí, sino pasándolo bomba en cualquier otra parte, maldita sea su estampa.
No quiero extenderme más, aunque sin duda podría hacerlo. Antes de dar por concluido este engorroso acto, os invito a levantar conmigo la litrona o el vaso de plástico desbordante de kalimotxo y brindar conmigo al grito:
GORA DONOSTIA!
GORA RAIMUNDO SARRIEGUI!
BAGERA, GU ERE BAI, ZUK, ZERGATIK EZ?!
Dicho lo cual, Ta’ luego y tal. Si nos vemos en la puerta de cualquier bar, por favor, haced como que no nos conocemos”.