Al igual que el purgatorio, Euskadi no es un espacio físico, sino un fuego interior. Los primeros en detectar el fenómeno han sido los chinos, que en el Map World -su equivalente tres delicias del Google Earth-, han incluido once millones de nombre referenciados, Andorra La Vieja incluida, pero llegados a la cornisa cantábrica, han preferido dejar innominado el País Vasco, visto así, una especie de última frontera.
Una lectura precipitada abribuiría el hecho a un olvido de la becaria -en línea con las últimas tendencias culpabilizantes-, pero una lectura detallada de la anécdota atribuirá la omisión al incansable liderazgo que en el lejano oriente ejerce PatxiLo, quien ya habrá tenido tiempo de explicar a la cúpula comunista las peculiaridades de nuestro territorio.
Si Euskadi no tiene nombre no se debe a un caso de ignorancia geopolítica, sino al profundo conocimiento de la realidad vasca que tienen los chinos. Colocado en el trance de tener que elegir entre Euskal Herria, Euskadi, Comunidad Autónoma Vasca, País Vasco, Euskal Hiria y Euskal Selekzioa, el autor del mapa ha optado por un neutro silencio, otra prueba más de que la equidistancia es la única forma de acercamiento que admitimos.
El problema lo tienen ellos, no nosotros. En efecto, si no existimos, difícilmente podrán elegirnos para sus inversiones o como lugar de destino turístico, pero habrá que ver cómo explican a la ciudadanía que la maqueta de Bilbao expuesta con tanto éxito en el Pabellón español de la Expo de Shanghai evoca en realidad a un lugar imaginario o que Xabi Alonso -protagonista ayer de toda la prensa mundial, según los exégetas de la tamborrada-, nació en ninguna parte. Por no hablar de la luminaria que prometía vender millones de camisetas de Real en los aeropuertos de aquel mercado.
Cuando decimos que como aquí no se está en ninguna parte, no estamos ofreciendo una opinión, sino impartiendo una clase magistral de geografía. Carecer de denominación nos dota de ese irresistible atractivo que rodea todo lo misterioso.
En estos tiempos de sobreinformación, ya no basta con proclamar a los cuatro vientos que no hay concentración humana en el mundo con tantas estrellas Michelín por metro cuadrado, que somos el pueblo más antiguo de Europa -un lugar que mil millones de chinos apenas lograrían situar en el mapa-, ni que nuestro marco es incomparable, sobre todo si la comparación se establece en Fitur.
Ahora hay que hacerse el interesante y para eso, nada mejor que ocultarse hasta lograr la invisibilidad. La otra opción es empezar a hablar y acabar reconociendo la verdad, esto es, que Euskadi no existe y que, no obstante, resulta carísima.