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Alberto Moyano

El jukebox

Álex es la única Iglesia que conserva la fe

A finales del pasado mes de noviembre, los mandos de la OTAN y el Gobierno afgano descubrieron con estupor que llevaban meses negociando con un falso representante de los talibanes. Para cuando descubrieron que Akhtar Mohamed Mansur no era mulá, ni tan siquiera Mansur, el hombre se ya había instalado en el paraíso terrenal, a la espera del que le pueda aguardar en el más allá.


Álex de la Iglesia está en estos momentos compaginando los preparativos de su próxima película con la realización de un ‘remake’ doméstico del caso citado. Sus intensas reuniones con “representantes” de los internautas son un ejercicio de civismo admirable, un monumento perenne al “hablando se entiende la gente” y un ejemplo imperecedero de que la buena voluntad lo soporta todo, sobre todo cuando se basa en la fe ciega.


“Cuando alguien quiere llegar a acuerdos y ponerse en medio de una discusión, recibe bofetadas de las dos partes”, ha dicho Álex de la Iglesia. ¿Es compatible el cargo de director de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas con el de mediador? Puede. En todo caso, cabría invitarle a echar cuentas de nuevo, porque o aquí hay más de dos partes o una de ellas es una perfecta impostura.


El propio objetivo que se han marcado las partes en litigio -esto es, acordar una ley que satisfaga por igual a internaturas y creadores- demuestra hasta qué punto ha calado entre los segundos la falacia sobre la cultura libre que esgrimen los primeros.


Lo que aquí se ventila no es un dilema moral, sino un conflicto de intereses. De una parte, el de los miembros de la industria del cine por percibir algún tipo de contrapartida -a poder ser, en metálico- a cambio de su trabajo. De otra, la humana y compresible debilidad del internauta que se resiste a retroceder hasta aquellos tiempos en los que pagaba por algo que viene adquiriendo últimamente de forma gratuita. Su lema es “la propiedad cultural es un robo; la copia digital, no”.


Frente a esa realidad incontrovertible, el hecho de que el director bilbaíno combine pasajes de ensoñación -“tenemos que mirar a alguien a los ojos y preguntarle cómo lo ve para cambiar tu punto de vista”- y el pragmatismo -“tenemos que pensar en nuevos modelos de mercado y de financiación”- parece anunciar que su fe se resquebraja y que comienza a adivinar el final de la película.


Aún a riesgo de ‘spoiler’, lo más previsible es que de todas las “bofetadas” que el director de cine aún espera recibir en el futuro la más humillante le llegue al descubrir que se ha dedicado a lo que en términos pugilístico se llama hacer “sombras” ya que sus interlocutores dejarían de ser representantes de la comunidad internauta en el momento en el que aceptasen cualquier acuerdo que pasara por pago a cambio de contenidos.


Podrán discutir en torno a todo lo referente a la prosopopeya del “libre acceso a la cultura universal”, pero el gesto de descargarse discos y películas gratis ha adquirido ya entre los internautas la categoría de derecho inalienable al que no renunciarán en la medida en que siga siendo técnicamente posible.


A partir de este punto es desde dónde Álex de la Iglesia podría ensayar intercambios de puntos de vista, fructíferos encuentros y acercamientos de posturas. El resto será recibir bofetadas que cuando intente devolver serán en vacío.


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