Dado que cambiar de opinión tras escuchar los argumentos ajenos se ha convertido en la más alta prueba de civismo, los ciudadanos dimitimos de nuestra condición para acoger con alborozo el acuerdo que -a la espera de futuros reajustes en el Pacto de Toledo-, nos permitirá jubilarnos a los 65 años con tan sólo 38,5 cotizados.

Con una tasa de paro juvenil del 50% y cuatro millones largos de desempleados, las cifras desmuestran que la clase obrera, lejos de cualquier claudicación, sigue aferrada con fuerza a la utopía, por utilizar un término que se ajusta con precisión a la peregrina idea de que aún habrá alguien que siga en nómina a tan avanzada edad.

El acuerdo alcanzado anoche entre Gobierno y sindicatos es magnífico para la España de 2011, desde la certeza de que nos esperan nuevos bandazos al socaire de los análisis sobre la evolución de la pirámide demográfica.

Así, dada la imparable tendencia actual de degradar las condiciones laborales hasta aproximarnos al modelo chino, no habría que descartar la restauración del trabajo infantil, de forma de en apenas veinte años, será posible jubilarse a los 60 a condición de haber cotizado 55.

En efecto, la jubilación significa el inicio de una segunda vida, y al igual que la primera, comenzará entre pañales, visitas a Urgencias y cuidados amorosos a cuenta de quien se tenga que encargar de bañarte y todo eso. Por lo demás, quién nos iba a decir que la inscripción de las medallitas del día de la madre -“dar mucho, pedir poco”- acabaría siendo en encabezamiento de todos los convenios colectivos.

Precisamente hoy, en el 66 aniversario de la liberación de Auschwitz, aquella leyenda que aún se puede leer en su puerta deja de ser una advertencia para convertirse en una profecía. ‘Arberit Macht Frei’, por supuesto, pero tan sólo después de cotizar 38,5 años. Digan lo que digan, el sistema funciona.