Parafraseando a Tolstoi en clave preelectoral, podría decirse que todas las listas felices se parecen, pero las infelices lo son cada una a su manera.
Los socialistas donostiarras presentaron ayer su cartel electoral, una recreación de ‘La última cena’ de Da Vinci en la que el alcalde sustituye al profeta y los apóstoles se ven reducidos en número de doce a tres. El resultado muestra a la típica familia disfuncional donostiarra, capaz lo mismo de matarte a besos que de azotarte a pétalo limpio.
Pasarán los años y los semiólogos seguirán debatiendo en torno a qué hacía el alcalde leyendo ‘Memorias de mis putas tristes’ -si no un programa electoral, al menos sí una declaración de intenciones-, qué escuchaba Denis Itxaso en su MP3 mientras sujeta distraídamente un globo rojo, qué pintaba en la foto Laura Álvarez -número trece en la candidatura electoral- o de dónde había sacado Susana García Chueca a ese niño, en el que los más optimistas creyeron ver al retoño humano que algún día habría de suceder a Elorza en la Alcaldía.
Los más audaces teóricos de la sociedad del conocimiento ya han lanzado todo tipo de interpretaciones: que si el lema de la campaña traducido al cirílico y leído al revés significa ‘y aún seguimos sin estación de autobuses’, que si ‘Piensa en San Sebastián’ es el nombre de una adormidera derivada del opio o que si en el interior del coche de niños se oculta Ernesto Gasco, todas ellas tan improbables como compatibles entre sí.
El ensimismamiento que irradia cada una de las cuatro figuras captura la esencia del tedio donostiarra. El cartel cumple su función. El espectador se ve impulsado de forma irresistible a votar a la candidatura socialista para, a continuación, ausentarse de la ciudad por tiempo indefinido.