Los niños de todo el mundo concilian el sueño escuchando cuentos infantiles de los hermanos Grimm. Los niños vascos hemos crecido acunados por las versiones oficiales de los diferentes Ministerios del Interior. Por eso, del relato que Washington ha ofrecido sobre la implacable caceríay ejecución sumaria de Bin Laden sabemos que la parte cierta es exactamente ninguna.
Lo normal es que detrás de todo gran hombre haya una gran mujer, no al revés. Si la intención primera de los comandos estadounidenses era capturarle vivo, pero no fue posible porque el líder de Al Qaeda prefirió morir matando, no se entiende por qué habría de hacerlo parapetado detrás de una mujer, al parecer, no lo suficientemente grande.
De la historia en torno a cómo llegaron hasta su escondrijo -una guarida cuyo aspecto no se corresponde con su precio, peculiaridad inmobiliaria que creíamos exclusiva de San Sebastián-, y de lo que a continuación hicieron con su cadáver mejor no hablar. Únicamente anotar que la supuesta costumbre islámica de arrojar al mar a los muertos se antoja tan estrambótica como la de enterrar en el desierto a los marineros.
Minucias al margen, la neolengua imperante ha logrado que cualquier objeción que se planteee a un asesinato cometido por un estado en territorio extranjero sea calificado como “cogérsela con papel de fumar”, dentro de la estrategia -global pero también de origen estadounidense- contra el tabaco.
No obstante, lo que aquí se cuestiona no es el derecho de Washington a secuestrar y matar a ciudadanos extranjeros fuera de sus fronteras, sino la vigencia del principio de reciprocidad, esto es, la posbilidad de que otros países hagan lo mismo en suelo estadounidense.
En cuanto a España, tampoco parece procedente aplicar en este caso el castizo refrán de que “a todo cerdo le llega su sanmartín”, dada la estricta observancia
islámica del ejecutado. Eso sí: a la vista de la euforia con la que tanto defensores de la Alianza de Civilizaciones como partidarios de la Guerra contra el Terror han saludado la ‘ekintza’, cabe esperar que si los padres de la niña Mariluz se cepillan al culpable, el ordenamiento judicial proceda a su inmediata absolución, no sin antes transmitirles las más calurosas felicitaciones en nuestro nombre.
Nueva York celebra la muerte de Bin Laden por todo lo alto, como si la ‘Gran Manzana’ fuera los territorios palestinos en pleno 11-S, mientras el presidente Obama parece haber caído presa de la misma afición a la hipérbole que le permitió levantarse el Nobel de la Paz. “Se ha hecho justicia”, aseguró. Sin juicio, ni jueces, cabría añadir y además, ni siquiera. El 11-S cambió el mundo. La muerte de Bin Laden ni siquiera cambiará los ‘duty frees’ de los aeropuertos.