“En la primavera de 2011, hallándome en el paro desde antes de la quiebra de Lehman Brothers y habiendo fracasado en cuantos intentos acometí de colarme en la lista lista de algún partido, decidí que había llegado el momento de convertir mi afición en profesión: me hice asistente federado de mítines y otros eventos electoralistas.
Aquella tarde, mi papel en un principio se reducía a colocarme cerca de las cámaras de televisión para, en cuanto viera encenderse el piloto rojo, agitar frenéticamente la bandera del candidato soltando espumarajos por la boca, entre convulsiones de felicidad.
Sin embargo, bien por mi natural fotogenia, bien porque la convocatoria apenas había reunido a un puñado de infelices, me invitaron a situarme detrás de la tribuna de oradores, dando la cara al vacío, pero permitiendo que las televisiones siguieran adelante con la farsa.
Fue una negociación difícil: me habían prometido un bocadillo de mortadela más un balón de fútbol firmado por todos los jugadores del GBC, pero esto lo cambiaba todo, así que subí la apuesta y pedí un par de entradas para algún concierto del Jazzaldia en el Escenario Verde. Aceptaron de inmediato.
Me colocaron en la tribuna de oradores, junto a un pintoresco grupo de personas formado por: 1) una politoxicómana con amplia experiencia ante las cámaras, dadas sus frecuentes apariciones en ‘Callejeros’. 2) Un niño ataviado con una camiseta de Lacoste. 3) Un jubilado con un periódico deportivo bajo el brazo. 4) Un ama de casa de gesto hosco. Y 5) un negro cuya carrera había empezado asistiendo en actos del nacionalismo moderado, pero cuyo concurso habían venido reclamando a día de hoy prácticamente todos los partidos, tanto para las elecciones generales como para las Europeas y las forales.
Cuando llegó la hora de comienzo del mitin, el primero en intervenir fue uno de los independientes que figuraban en la lista. Vestido como el guitarrista de AC/DC, se arrancó de un tirón la corbata y subió la escenario al grito de ‘queridos vecinos, como podéis ver, soy uno más en el barrio, que comparte los mismos desvelos y problemas, alguien, en fin, completamente igual a vosotros’.
En ese momento, aplaudimos puestos en pie y pusimos cara de interés una vez sentados de nuevo, pero al cuarto de hora la politoxicómana estaba dando cabezadas, el niño se había arrancado el cocodrilo del polo y jugaba pasándoselo por los brazos, el jubilado leí la prensa deportiva, la señora no paraba de murmurar que ‘éstos son todos iguales: prometen mucho y luego, si te he visto, no me acuerdo’, y el africano ordenaba en su bolsa los CD’s piratas. Tenía muchos de Bruce Springsteen, según me dijo, entregados en mano por el propio lehendakari en agradecimiento por su presencia en el apoteósico mitin de Portugalete.
Las invervenciones de los candidatos se fueron sucediendo, mientras la tarde nos sumergía a todos -curiosamente, a ellos aún más que a nosotros- en un profundo sopor del que, personalmente, sólo logré salir cuando escuché que el cabeza de lista pedía ‘un apoyo ciudadano contundente’ porque de lo contrario, ‘nos veremos obligados a pactar con los corruptos de la derecha, los despilfarradores de la izquierda o los filoterroristas del abertzalismo radical’. Y para que no hubiera incertidumbres, aclaró tajante: ‘Y no lo dudéis, no vacilaremos en hacerlo si es necesario y sin que nos tiemble en el pulso porque nosotros somos un partido con vocación de gobierno. Con quién tengamos que hacerlo es algo que nos da igual porque básicamente todos quieren lo mismo: algo a cambio de algo’.
Dicho lo cual, nos pusimos los cinco en pie a los sones de la música de la campaña, aplaudimos hasta despellejarnos las manos y nos dispusimos a marcharnos porque en media hora teníamos entrega de flores y reparto de balones en la otra punta de la ciudad, a cuenta de otra formación política rival.
Antes de marcharme, me giré para echar un último vistazo al escenario, en donde los candidatos levantaban sus manos entrelazadas, se besaban en la boca con lengua e incluso alguno se encaramaba en el que tenía al lado, aferrándose a la cintura con sus piernas, mientras realizaba movimientos obscenos. ‘Ganar, no ganarán, pero algo rascan, seguro’, pensé mientras me alejaba del estrafalario atril y de la estridente música”.