Si los primeros en abandonar el barco que se hunde son los rodeores, los primeros en regresar al lugar del naufragio son los políticos. Si encima se da la casualidad de que se encuentran inmersos en plena campaña electoral, entonces su prisa supera a la de las ambulancias.
Con motivo del seísmo en la localidad murciana de Lorca, todas las formaciones políticas se apresuraron a anunciar que suspendían su campaña, un concepto que en vísperas de elecciones equivale al de huelga en Japón: doble jornada de trabajo en la siempre interminable labora de captar el voto de los ciudadanos.
Los representantes de todos los partidos -a excepción de los que no se presentan en la circunscripción electoral afectada por el temblor de tierra, que se conformaron con enviar sus más sentidas condolencias desde la distancia-, invadieron ayer Lorca, acompañados de sus gabinetes de prensa, que se encargaron de informar puntualmente a los medios de cuáles serían la agenda del líder.
Allí, pusieron cara de preocupación, reconfortaron a los afectados y atendieron con gesto neutro a las explicaciones de los equipos de rescate. Para apreciar las diferencias entre ell falso desasosiego y la verdadera desolación, bastará con comparar el gesto de sus rostros con el que exhibirán el 22 por la noche si han padecido un batacazo electoral. Antes de irse, se fotografiaron junto a los vecinos y también entre los cascotes de algunos de los edificios derrumbados con mejor estilo. En su frenesí, acabaron pidiendo solapadamente el voto incluso al perro de los equipos de rescate.
En la sociedad de la información instantánea, este fenómeno en su conjunto debe ser interpretado en clave sismográfica, como una réplica más del terremoto. Y si éste agrieta y derriba edificios, aquél hace lo propio con nuestra infinita credulidad.