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Alberto Moyano

El jukebox

La acampada va por dentro

Cuando decimos que la clase política no nos representa nos equivocamos: lo hace con enorme fidelidad. Otra cosa es que encontremos aborrecible la imagen que nos devuelve el espejo.

Antes de que el movimiento 15-M Democracia Real Ya fuera siquiera un embrión, los primeros en demostrar su profunda desconfianza hacia los partidos políticos fueron los propios candidatos, cuyo primer acto de campaña fue eliminar de sus carteles y anuncios electorales cualquier rosa o gaviota que pudiera asomar. El segundo paso fue afanarse en proclamar a los cuatro vientos su absoluta independencia del aparato y su disponibilidad a alcanzar cualquier pacto, por encima de los intereses de sigla y siempre con la vista puesta en el ciudadano.

Sólo después han llegado los acampados, que en un rapto de modestia, ya han anunciado que están haciendo Historia. Quizás la hagan, pero bien sea porque la ESO ha originado insondables lagunas en su conocimiento, bien sea porque ‘histórico’ se ha degradado a los mismos niveles que ‘mítico’, por ahora la cosa se queda en historieta. Han sido 48 horas que supuestamente conmovieron la campaña electoral. Quedan otras 72 antes de que se abran los colegios electorales y veamos hasta qué punto.

La auténtica revolución -si finalmente la hay- no empezará hasta que haya acabado la experiencia divertida y comience el abnegación cotidiana, con los niveles de adrenalina dentro de los parámetros normales. Si las feministas de los sesenta quemaban su sujetador, quizás convendría ir barajando la posibilidad de ir pegándole fuego al móvil o incluso a la blackberry, en línea con lo que proponía un lector de este blog.

En cuanto a las reivindicaciones de los acampados, parecen preñadas de sensatez y buen gusto. Lo sé porque ya las había escuchado antes varios partidos de izquierda extremadamente minoritarios.

Quizás los 15-M no deberían despreciar la posibilidad de pedir el voto para una fuerza política concreta o incluso la de constituir una nueva. No vaya a ser que unos estén entretenidos haciendo historia durante una semana, mientras otros se entregan en cuerpo y alma a administrarla a lo largo de cuatro años.

La indignación es como la basura: resulta inevitable, la hay a manta y está por todos los lados. Conviene recordar que a la vez que la soportamos todos, también la generamos  todos. Aquí también habrá que elegir entre la incineración o el reciclaje.


mayo 2011
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