El enunciado de una promesa electoral suele formularse en términos sencillos, de manera que cualquier pueda entenderla a la primera, pero la realidad es que sólo se distingue de un contrato bancario en que el pliego de condiciones para su cumplimiento es aún más extenso y está redactado en un tipo de letra todavía más ilegible.
El ya famoso “no seré alcalde si no soy el candidato más votado” se ha vuelto en contra del todavía primer edil de la capital donostiarra, como si su foulard hubiera mutado súbitamente en boa constrictor. Cualquiera en su lugar, optaría por cambiar de estilismo, pero Elorza se debate en estos momentos entre comprarse unas botas de piel de serpiente de cascabel o disfrazarse de Cocodrilo Dundee, siempre con la vista puesta en el objetivo supremo: ir a juego con el reptil que alumbró el 22-M.
En efecto, el mapa electoral se ha complicado en San Sebastián, pero no más que en cualquier otra parte. Elorza, que no ha cesado de defender el derecho de Bildu a concurrir a las elecciones en igualdad de condiciones, se refería por lo visto exclusivamente a cualquier localidad que no fuera San Sebastián. En su opinión, la coalición está perfectamente legitimada para gobernar, pero ya ha avisado a sus ocho electos que no permitirá que pongan sus sucias manos sobre Donostia, “la ciudad de tu vida”. Por otra parte, insistió en que debía gobernar la lista más votada. Ahora sabemos que la promesa estaba vinculada a una premisa: siempre y cuando fuera la suya.
Cerrados los colegios electorales y concluido el recuento de votos, Odón podría haber admitido que debía tragarse la palabra dada debido a la situación de emergencia nacional que atraviesa la ciudad, amenazada en sus proyectos estratégicos y tal. En lugar de eso, ha optar por acusar al mundo de haberle entendido mal e incluso de tergiversar sus nítidas construcciones sintácticas, sacándolas de contexto.
La campaña electoral ha sido larga, sobre todo, desde la perspectiva socialista, que ha agotado todas las variedades posibles de advertir a la ciudadanía sobre el peligro inminente de un pacto PP-PNV. Ahora, Odón Elorza exige que se lleve a cabo e incluso se ofrece liderarlo.
Una forma como otra cualquiera de dilapidar su legado en materia de esa educación en valores que habría de convertirnos algún día en mejores personas. Todo este espectáculo -por lo demás, perfectamente evitable por cuanto tiene pintas de resultar por completo estéril- hace que los ciudadanos nos percibamos a nosotros mismos un poco más memos, algo más degradados. Y evidencia que hay alguien que nos considera un poco idiotas, queda la duda en torno a desde cuándo alberga esta certeza. La educación en valores es un gran invento, pero aún lo es más la educación a secas.