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Alberto Moyano

El jukebox

Nunca estuvo tan claro que aún no se sabe nada

En las democracias modernas que se desarrollan en la sociedad del conocimiento, la velocidad en el recuento de los votos es directamente proporcional a la lentitud en la identificacion del vencedor. Una semana después de la celebración de los comicios, en Gipuzkoa ya sabemos cuáles fueron las listas más votadas, aunque todavía ignoramos cuáles fueron las vencedoras.

El 22-M ayudó sin duda a clarificar el mapa electoral, pero convirtió el político en un arcano indescifrable en el que todas las formaciones han mostrado ya su disposición a alcanzar acuerdos entre diferentes, siempre que éstos se asienten sobre las bases de su propio programa.

Quien ganó en votos esgrime el apoyo de los votantes, a la vez que quien obtuvo menos sufragios apela al respaldo mayoritario a sus proyectos. Si hubiera que reducir todas las posible alternativas a una fórmula matemática, no habría pizarra con capacidad suficiente para albergar el enunciado de que A pactará con B en X y en Y siempre que no se excluya a C, teniendo en cuenta que B mantiene compromisos ineludibles en Z con D y no digamos con E. En cuanto a B, ya ha mostrado su disposición a todo.

Hay partidos que han advertido que volveríamos a la Edad de Piedra si no se llevaran a cabo de inmediato los proyectos estratégicos cuya ejecución ellos mismos han postergado durante varios lustros, de lo que cabe concluir que sin haber salido jamás del Neolítico, nos disponemos a interpretar nuestra propia versión de ‘Regreso al futuro’.

En cuanto a los mensajes de profunda preocupación que algunas formaciones políticas aseguran haber recibido de parte de los empresarios, confieso que se me escapa el alcance último de esta maniobra, pero sospecho que las asociaciones de pensionistas, por citar un ejemplo, podrían hacer lo propio respecto de una eventual victoria de Mariano Rajoy en marzo.
 
En definitiva, que si políticamente estamos en un lío, institucionalmente nos encontramos en un embrollo. Cabe confiar en que cunda la responsabilidad política de manera que la tradicional fórmula de intercambio de principios irrenunciables por cargos de la máxima responsabilidad -y sobre todo, rentabilidad-, nos permita retornar a la senda de la prosperidad y del crecimiento económico.

Si algún lector ha llegado hasta este punto del texto y a pesar de todo, cree haber comprendido algo, se ruega que lo explique, desde la certeza de que siempre le estaremos profundamente agradecidos, hasta el punto de que depositaremos en su persona nuestra confianza política en futuras ocasiones.


mayo 2011
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