Entre los espectáculos más bellos que hasta el momento nos ha brindado la primavera, figura sin lugar a dudas el de las imágenes del Rey de España acusando a los periodistas de palacio de querer ponerle “un pino en la tripa”. El hecho de que el presentador del informativo de Cuatro comparta apellido con la citada especie conífera sólo prueba una vez más que vivimos en un mundo bizarro.
En su discurso navideño, don Juan Carlos resulta innecesariamente aburrido a causa de la acumulación de obviedades. En cambio, desprovisto del telepronter y librado a la espontaneidad que ha convertido en marca de la casa, el monarca siempre alumbra momentos de diversión, si bien, en ocasiones un tanto crípticas. O puede que precisamente por ello. Para el recuerdo, sus chanzas en ‘Caiga quien caiga’ y sus imitaciones de Chiquito de la Calzada.
Gran lector de Oscar Wilde, el rey sabe que “todo hombre mata lo que ama”. En un país infectado de ‘juancarlistas’, empieza a sospechar que “lo que os gusta es matarme y ponerme un pino en la tripa todos los días”. Se adivina, más que intuye, lo que quiere decir, pero lo que certifica definitivamente el coraje moral de este hombre es su apostilla: “Eso es lo que hacéis la prensa”.
Lo cierto es que el señor anda inquieto y con el típico aspecto desmejorado de quién ha sufrido ya las amargas acometidas que toda vida depara. Sin duda, se barrunta algo y probablemente nada bueno. A la edad en la que don Juan Carlos ya había unido sus destinos a los de una gran profesional y había salvado a la nación de un golpe de estado -en adelante, “un suceso”-, su hijo -a la sazón, heredero de la Corona- tan sólo se ha casado con Letizia Ortiz y, para colmo de males, enamorado.
En cuanto a las posibilidades de demostrar en público su abnegación y descartado un nuevo 23-F por indisponibilidad de algún Armada o de al menos un Tejero, las posibilidades de Don Felipe se reducen a intervenir en el 15-M. Y encima aún estaría por determinar si a favor o en contra.