La televisión consiguió que en el imaginario popular arraigara la idea de que la playa era un lugar en el que los socorristas acudían flotador en mano y a la carrera, aunque a cámara lenta, al rescate de los bañistas. Miedo y asco en Donostia, sin embargo, nos ha devuelto a una realidad en la que piedras, medusas y algas convertirían al vigilante de la playa en un Ecce Homo que iría en auxilio del nadador primero dando saltitos por la orilla, después con los pies de un himalayista y finalmente con el aspecto de entrante de un restaurante para veganos.
Las playas donostiarras siempre han sido pasto de las siete plagas, pero hasta hace unos años todas ellas eran de origen humano: familias disfuncionales, domingueros a semana completa, plásticos, latas, compresas, botellas y heces, agrupadas bajo el imaginativo nombre genérico de “flotantes”. En cuanto a la orilla, lo cierto es que los tan recomendados paseos no dejan de ser una variante podóloga de la ‘lluvia dorada’ a causa de las hiperactivas vejigas infantiles, que jamás se pararán en barras a la hora de aliviarse.
Ahora llegan a nuestras costas las calamidades naturales, igual de molestas, pero más difíciles de erradicar. Si hace un mes, Ondarreta invitaba a revisar la obra de Aresti ‘Harri eta herri’ al amparo de las masas hacinadas y la inagotable cantera en que se había convertido su litoral, ahora son las algas las que han convertido La Concha en el auténtico Escenario Verde, abierto a posibles patrocinadores.
En algún lugar recóndito de nuestra medula espinal se agazapa todavía el salvaje que un día fuimos. Es el responsable de que, una y otra vez, año tras año, volvamos a la playa, un territorio inhóspito en el que Rosa Benito apenas duraría quince minutos con vida. Las modas que abogan por el retorno a la naturaleza son el fruto podrido de un malentendido. Por fortuna, parece que las temperaturas no acompañan, lo cual librará a los bañistas de las medusas y viceversa. Mientras, disfruten del armónico movimiento y el dulce rumor del ir y venir de las excavadoras.