La lucha contra los símbolos identitarios es un combate sin descanso.
Cada símbolo obedece a su contexto y éste no es intercambiable con otros. Por ejemplo, la bandera española puede colgar flácidamente en el Salón de
Plenos, pero el retrato del rey no puede reaparecer pendiendo del mástil de la fachada del Ayuntamiento, justo ahí donde, según dicta la ley, debería ondear bandera española.
Pues bien, a pesar de todo, la enseña española ha sido descubierta en una situación embarazosa, por decirlo sin eufemismos, tan enrolladísima en el mástil que si estuviéramos hablando de animales tendríamos que recurrir a términos como ‘apareamiento’, ‘cópula’ o incluso ‘ayuntamiento’, valga la redundancia. Expertos en banderas ya han explicado que semejante fenómeno jamás se dio ni en las más ventosas playas del Estrecho, ni con la roja -prohibido el baño-, ni con la amarilla -precaución-, por lo que relacionan el episodio con la combinación de ambos colorores.
Por más que semejante grado de acomplamiento sería imposible de conseguir sin la colaboración activa de la propia bandera, las principales sospechas han recaído en el grupo municipal de Bildu, bien porque sus despachos son los únicos con acceso a la enseña, bien por su notoria desafección hacia el trozo de tela bicolor, bien por sus continuas referencias a los nudos del conflicto.
En cualquier caso, sería un paso más hacia la normalización política, esa entelequia. Hace unos años, media corporación hubiera pasado las mañanas haciendo kukaña con el mechero entre los dientes para pegarle fuego a la bandera. Hoy en día, alguien se ha limitado a esconderla tras el mástil, en una suerte de rústica aplicación del concepto photoshop llevado a la vida real. En previsión de que se culpe al viento, el Observatorio Meteorológico debería ir redactando una nota de condena.
Por fortuna, a diferencia del gobierno, la oposición nunca descansa. Así, los grupos socialista y popular ya han emitido sus correspondientes comunicados de protesta, el primero, preñado de fina ironía, el segundo, en un tono más agerrido, recordando a Bildu la obligación de cumplir la ley, que seguramente tampoco dirá nada en torno a la utilización de cinta aislante. Y qué más da, dirán algunos. Lo esencial resulta invisible a los ojos; en cambio, lo superfluo también.