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Alberto Moyano

El jukebox

La tarde dominical, esa gran desconocida

“Sobre la muerte de los domingos por la tarde nunca se hablará lo bastante. Ese ensayo general del fin del mundo todas las sacrosantas semanas. Los domingos por la tarde el tiempo se dilata, se convierte en un guerrero invencible. El tiempo del domingo por la tarde no late a la misma velocidad que su tiempo. Por tanto, todo se convierte en triste letargo. Todo es despeñadero de la nada. Una borra invisible se instala en los apartamentos. Los oídos se desconectan del mundo. Los toxicómanos montan un número. Son muchos los que barajan cuidadosamente la hipótesis del suicidio. Los pueblecitos amenos parecen pequeños Nagasaki en el momento de su máxima popularidad. Los paseos y los baños en la playa no compensan, porque sobrevuelan por encima de una pared falsa de depresión: el momento en el que tendrás que meterte en el coche y regresar. En la autopista, además, el único que se asimila a ti y te entiende es el empleado del peaje. Te sirve de espejo. Pero eso no ayuda, sólo impide la perspectiva. En casa, a la hora del regreso vespertino, si las camas están deshechas hay motivos para estar preocupados. Los sueños se encogen. La ausencia de esperanza resquebraja la convicción del católico practicante. Te fastidia tener que hacerlas porque es inútil, dentro de poco hay que acostarse. Pero si no la haces, la cama, digo, el pensamiento de esa aproximación te encierra en una jaula de malestar. Ves media parte de ese partido aburrido con la actitud de quien por detrás del televisor tuviera que ver aparecer de un momento a otro al cura que te confiesa antes del tránsito. Y podrías jurar que cuando el cura aparece, la primera cosa que te señala es esa cama deshecha. Un peñasco sin catapulta y la noche que se torna movida. Se pringa en la cama hasta que queda hecha un pingajo. Porque ya era un pingajo desde la noche anterior. Y, en la oscuridad de la cama, el lunes se presenta como un complot del mundo urdido exclusivamente en tu contra. En cambio, ya en el lunes de verdad, se sueltan riadas de alegría; pero no todo se ha desvanecido; aquí y allá, durante la jornada, aflora la sombra de un mal pensamiento. Y es éste: dentro de seis días vuelve a ser domingo.


En fin”


(Fragmento de ‘Todos tienen razón’, de Paolo Sorrentino)


agosto 2011
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