Los ‘indignados’ pasarán a la historia como un movimiento que se empeñó en transformar una realidad que jamás llegó a conocer, mucho menos a entender. Han querido los acontecimientos que el advenimiento de Ratzinger a Madrid les ofreciera la promesa de una revelación -a golpe de porrazo-, pero en su infinita candidez, aún se preguntan cómo es posible que los antidisturbios desplegaran semajante violencia, con el mismo tono de voz compungido con el que los teólogos de raigambre ‘ignaciana’ suele interrogarse por el motivo que lleva a las catástrofes naturales a cebarse con los más pobres ante la pasividad de dios es amor.
Los 15-M insisten en situar las cargas policiales en el terreno de lo personal. Ni aún ahora han comprendido el mecanismo de la obediencia. El Estado es violento por naturaleza y exhibicionista por afición, y cuando ambas pulsiones hacen síntesis, la Policía carga, pega o dispara, en función de las órdenes que reciben, que por otra parte, jamás se formulan en esos términos, sino bajo el eufemismo de ‘permiso’.
Cuando los ‘indignados’ denuncian la saña de la actuación policial se equivocan de película y de escenario. Los antidisturbios son actores del método. Creer que actúan con saña equivale a tragarse que Meryl Streep se enamoró de Robert Redford en ‘Memorias de África’ con la misma pasión que de Clint Eastwood en ‘Los puentes de Madison’.
Esta dificultad a la hora de establecer correctamente la relación entre golpeador y golpeado da lugar a situaciones grotescas, como aquélla en la que un magullado 15-M insistía en ofrecerle una flor a un agente que, mucho más lúcido, la rechazó formalmente, sustituyendo el gesto por un impersonal estrechamiento de manos. En este punto, cabe lamentar que en su profunda confusión, el joven se humilló a sí mismo y de paso, humilló la flor, hecha para ser entregada a su pareja o para ser guardada hasta que la tenga.
En cuanto al Papa y su ejército de seguidores, enseguida supieron ver que nada de esto tenía que ver con ellos por lo que obviaron en Cuatro Vientos cualquier referencia a lo ocurrido. A día de hoy, la Iglesia Católica ya tiene bastante trabajo con inculcar la fe a los creyentes, como para malgastar fuerzas intentando salvar a pecadores irredentos. Por eso, no se echó en falta una plegaria por los ‘indignados’, aunque sí una oración por el alma de los antidisturbios, condenados a apoprrear a sus semejantes desarmados, en el nombre del padre, del hijo y del espíritu santo.