Si damos por buena la discutible, aunque consolidada, imagen de una ETA zarandeadora de árboles cuyas nueces recogían otros, ahora habrá que aceptar la irrupción en escena de un tercer grupo, con la firme intención de convertir el nogal en un armario ropero, una mesilla de noche y un pisapapeles.
A este conjunto ideológico-mobiliario se le empieza a llamar ‘relato colectivo’. Una sociedad sana aspiraría a su elaboración y difusión. El problema es que a partir de los doce años de edad, resulta difícil obviar que las sociedades sanas no existen y que, en su lugar, conviene conformarse con una medianamente sensata.
Escribir el mentado ‘relato colectivo’ exigirá en su día una distancia que a día de hoy sólo están en condiciones de aportar o una Comisión de la Verdad compuesta por expertos -no me pregunten en qué- extranjeros o por un equipo de ciudadanos vascos que por ahora tendrán que demorar el encargo, dado que aún están en la guardería.
Mientras llegan los unos o maduran los otros, sólo cabe centrarse en la reconstrucción precisa de lo ocurrido, sin ánimos museísticos. Esto significa tanto no incurrir en la comparación -menos aún equiparación entre víctimas y asesinos-, como no confundir interesadamente la procedencia de cada cual.
Dicho de otra forma, las víctimas de los Comandos Autonómonos Anticapitalistas no son víctimas de ETA, mientras que numerosos presuntos traficantes de droga ejecutados a tiros -en gran parte, ‘microcamellos’-, sí lo fueron. Si unos y otros merecen idéntica verdad deberían dilucidarlo los especialistas. Las matizaciones son tantas que las notas a pie de página amenazarían con devorar el relato. En cualquier caso, todavía resulta más fiable la memoria personal que el ‘collage’ en forma de narración que algunos se aprestan a vendernos, habrá que ver con qué intención.
El relato del partido de fútbol no lo conforma las declaraciones de Mourinho, pero tampoco las de Guardiola, ni siquiera el acta arbitral. No hace falta recurrir a la manida sentencia shakesperiana sobre la vida considerada como “el cuento contado por un idiota lleno de ruido y de furia”.
La historia vasca reciente tiende a ser un rompecabezas, algunas de cuyas piezas no gustan a todos porque estropean el resultado final. Sería discutible dejar estos espacios en blanco, pero resulta inaceptable caer en la tentación de sustituirlas por otras más estéticas.
En este orden de cosas, las declaraciones realizadas en Barcelona por el ‘imputado’ general de Gipuzkoa, Martin Garitano, se insertan de pleno en una larga tradición propia de etapas de lentas mudanzas. De hecho, remiten directamente a las realizadas por otro Martín -en este caso de apellido Villa-, en aquel entonces ministro del Interior, cuando aseguró que “lo de ellos son crímenes, lo nuestro son errores”.
Descontextualizadas o no, las dos declaraciones comparten su condición de indecorosas porque no hay contexto posible capaz de dignificarlas. Y si no fue eso lo que quisieron decir, loado sea el cielo. Que dentro de unas décadas, alguien aclare que es lo que sí quisieron decir. Mientras tanto, que nadie nos exija un ‘relato colectivo’ cabal. Los amantes de este género tienen aún mucho trabajo acumulado a la luz de la reciente edición del Diccionario Biográfico Español, monumental obra de la Real Academia de Historia, según la cual, Franco fue lo más parecido a un personaje de los dibujos animados.