Cuando un gobierno que se proclama de izquierdas se aviene finalmente a confesar que prefiere a un empleado temporal que a un parado es que le ha llegado la hora de volver a la oposición y quién sabe si a la descomposición.
“El Gobierno prefiere” es la fórmula de cortesía preferente que los mercados utilizan para encabezar sus cartas de recortes. Habrá que estar muy atento a las palabras con burka. De hecho, bajo toneladas de tela y hojarasca, la expresión “temporal” significa en realidad “ningún derecho, nula perspectivas, sueldo mínimo, máxima exigencia y total implicación”.
Entre los innumerables éxitos de esta construcción sintáctica, ya figura su utiilzación para justificar el abaratamiento del despido. También en aquella ocasión el gobierno prefería un empleado fijo en la cuerda floja que un parado. Los resultados de semejante malabarismo ya los conocemos.
Quienes proclaman que la actual crisis es la etapa final del capitalismo no saben lo que dicen. Han confundido la primera comunión con el funeral. El código binario que permite escoger libremente entre empleo temporal o desempleo permanente resume lo mejor de la ley de la jungla, pero sin la engorrosa presencia de los sindicatos, más allá de lo testimonial. En cuanto a los ‘indignados’, sospecho que de vez en cuando les aporrean en un intento de animarles a perseverar en su estéril estrategia, no vaya a ser que surja otro movimiento con una dieta más mediterránea y menos herbívora.
El trabajador se ha convertido en una molesta molécula de la chusma que ha de sufragar todo esto, vía impuestos. El valor en alza es el emprendedor, según la mitología que nos ha tocado padecer, “el único que genera riqueza” en esta sociedad en la que, por lo visto, todos los demás parasitamos. Dijo Balzac que “detrás de toda gran fortuna, se ocultan uno o varios
crímenes”. Que las propias víctimas se encargarían de perpetrarlos fue
algo que ni llegó a vislumbrar el bueno de Honorato.
Tras enterarnos de que no hacía falta convocar un referéndum para reformar la Constitución, ahora toca descubrir que se pueden celebrar elecciones para cambiar el gobierno sin necesidad de abrir las urnas. No obstante, la realidad es aún más cruda: los gobiernos ni se crean, ni se destruyen; sólo se travisten. Y si las cosas se tuercen mucho, se desnudan para mostrarnos la cruda realidad en todo su esplendor.