Parafraseando a Jorge Oteiza, podría decirse que cuando ves la luz al final del túnel cabe la posibilidad de que sea tanto la salida como la regeneración democrática, que viene de frente arrollando cuanto encuentra a su paso. Cada vez que oigo eso de que “hay que acercar la política a los ciudadanos” me desdoblo: por un lado, surge el instinto primario de mantenerse a salvo mediante la distancia, un truco primario que ha permitido la pervivencia de la especia; por otro, oigo la voz de Vito Corleone impartiendo sabios consejos a su hijo Michael: “Ten cerca a tus amigos, pero aún más cerca a tus enemigos”.

Ahora que el juez pregunta al fiscal sobre la conveniencia de instalarle a Bárcenas una pulsera telemática que daría definitivamente al traste con la caligrafía del ex tesorero ‘popular’, mato -con perdón de la ministra de Sanidad- el tiempo jugando con la idea de que nunca fue tan abismal la sima que separó a políticos y ciudadanos. Así, un abogado reconvertido ahora en senador sobrevenido que el pasado año sobrevivió con unos ingresos declarados de 1.000 euros -la renta de un ciudadano de Burkina Faso-, convive en el mismo territorio y en perfecta armonía con facturas forales que dan cuenta de cuchipandas que duplican esa cifra. Las necesidades de nuestros políticos oscilan entre la instalación de una sonda nasogástrica para que coman algo y la de un balón intragástrico para que no coman tanto.

Oigo la expresión “regeneración democrática” y lo primero que me viene a la cabeza son otras igual de escalofriantes, como “refundación del capitalismo”, “recapitalización de la banca” o, ya más modestamente, “reforma del Senado”. De las tres, sólo una se ha acometido y podemos darnos por afortunados: fue a nuestra costa, no podríamos afrontar el gasto que acarrearía cualquiera de las otras dos. En cuanto a las listas abiertas, empiezo a ser partidario de las cerradas. Por fuera y con doble vuelta de llave, si es posible.