La pitada al rey de España lleva camino de convertirse en Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, al igual que el silbo gomero al que alude Chus Lampreave en el inmortal anuncio de Campofrío. Por cierto, para el monarca, más dado al clima africano, todos los campos empiezan a resular gélidos. Y digo al rey porque aunque en el palco de autoridades abundaban los acreedores al abucheo general, las muestras ciudadanas de desafección funcionan como el antiguo Código Penal, refundiendo todas las penas en la más alta. Así, aunque el ministro Wert ha acreditado méritos suficientes, lo procedente es atribuir la pitada a su Majestad en atención al rango y a la escala de mando. En cuanto al himno nacional, se está convirtiendo en una mera caja de ritmos que se limita a aportar bajo y percusión a las composiciones del público, bastante monocordes, por otra parte.

Los colegiados de los encuentros, objeto tradicionalmente de las mayores pitadas por parte de la grada, han cedido protagonismo en favor de don Juan Carlos, al que la Constitución reserva precisamente una función de arbitraje que no termina de convencer. Hace tres décadas, el canto de ‘Eusko Gudariak’ en Gernika provocó un espontáneo gesto por parte del rey pidiendo más volumen sonoro, en lo que fue unánimemente interpretado -no sin grandes derroches de imaginativa creatividad- como una muestra de coraje. Ayer, durante la sonora pitada en el Buesa Arena, se abstuvo de cualquier gracieta, moviéndose en unas cotas de inexpresividad que hasta ahora sólo había alcanzadoen presencia de Jesús Hermida.

Puede que la Justicia aún no sea igual para todos, pero la música de viento sí lo es. Se diría que últimamente el rey siempre juega fuera de casa, si tuviera que ducharse tras el partido habría de hacerlo en el vestuario del equipo visitante. La única posibilidad de que monarquía e himno sean dos símbolos de la unión de todos los españoles radica en que el resto del país abandone su acendrada costumbre de ovacionar a los monarcas y se sume a las pitadas separatistas. Las posibilidades de que sucede al revés se antojan cada día más remotas.